Para el filósofo Jacques Rancière (Argel, 1940) existe una «estética de la política» porque la política no es inicialmente un asunto de leyes o constituciones, sino más bien la configuración del «tejido sensible» de la comunidad por el cual las leyes y las constituciones adquieren sentido al intentar responder preguntas como las siguientes: ¿qué objetos son comunes? ¿Qué sujetos son incluidos en la comunidad? ¿Qué sujetos son capaces de ver y expresar lo que es común? ¿Qué argumentos y prácticas son considerados como argumentos y prácticas políticas?, y así sucesivamente.
Pero, además de
configurar un «reparto de lo sensible», una «estética de la política» se
relaciona con el espacio-tiempo en el que determinados cuerpos se encuentran en
comunidad. La manera como en un contexto social aparece la aisthesis, la
dimensión sensible, que puede ser planteada y asumida en términos kantianos;
pero, curiosamente, no a partir del Kant «estético» de la Crítica del Juicio
(1790); es decir, remitido a un asunto del arte o del discurso estético que
surgió en el siglo XVIII, sino más bien con el Kant de la Crítica de la
razón pura (1781), en donde Kant concibe una «estética trascendental»
en términos de formas a priori de la sensibilidad, que son para el
filósofo de Königsberg: el espacio y el tiempo.
De esta manera, la
reconfiguración del espacio que opera la política implica —en contraposición a
lo que él denomina como «policía» u «orden policial»—
una acción de apertura que posibilita el reconocimiento de nuevos lugares de
enunciación y la transformación de ciertos «ruidos» en discursos, tal como lo
proponen sus análisis expuestos en su tesis doctoral titulada La noche de
los proletarios: Archivos del sueño obrero (1981), basados en una
investigación de varios años llevada a cabo en la Biblioteca Nacional de
Francia en torno a los archivos de los obreros revolucionarios de 1830.
Se trata de una forma «disensual» y
«estética» de hacer filosofía, en la medida en que se asume la palabra estética
a partir de su origen etimológico griego de aisthesis, que es tanto la
capacidad de percibir, de sentir, como de darle sentido, significado, a aquello
que es percibido. Ambas acepciones del término son indisociables en tanto no se
puede percibir algo sin algún tipo de significado implícito que le corresponda.
Pero se trata de una indisociabilidad que conlleva una posible división o «re-distribución»
generada a partir de un pensamiento disensual, porque es el disenso el
que posibilita una perturbación, una modificación o disyunción entre lo que es
sentido (percibido) y su significado (el sentido que se le atribuye).
Esta propuesta de una
nueva «estética del conocimiento» no es solo una ocasión para reivindicar la
experiencia sensorial, sino que es más bien una instancia que permite volver a
escenificar lo que Foucault llamó al final de Vigilar y castigar (1975) el
«estruendo distante de la batalla». Una «práctica indisciplinaria» que se
caracteriza por la deconstrucción de las fronteras del saber y de las
distinciones sociales. Lo que busca esta práctica son líneas problemáticas que
atraviesen las fronteras disciplinarias de las ciencias sociales. Esto es lo
que plantea una práctica disensual de la filosofía en la medida en que trata de
proponer una actividad «desclasificante» y «deconstructiva». Porque para
Rancière es importante poder: «[…] dialogar con aquellas y aquellos a quienes
la filosofía estigmatizó como ajenos al pensamiento y cuyo pensamiento alimenta
su propia filosofía».[1]
(Este texto fue publicado en la Revista FILOSOFÍA&CO, Número 8, Marzo 2024, Madrid, Editorial Herder, p.10).
[1]
Rancière, Jacques, “El uso de las distinciones” (traducción de su intervención
en la jornada organizada en torno al “Reparto de lo sensible” el 5 de junio de
2004 en el Colegio Internacional de Filosofía, a la iniciativa de Jean-Clet
Martin, publicado en francés con el título de “L’usage des distinctions” en la
revista Failles, nº2, primavera 2006, pp. 6-20).