Man Ray, Objeto indestructible, 1923. |
Partiendo
de la definición aristotélica de que las categorías son las condiciones bajo
las cuales el logos (lenguaje y pensamiento) se refiere al ser y los entes,
discriminando y especificando sus rasgos fundamentales. Y que —en términos
epistemológicos—, las categorías pueden definirse como principios de
inteligibilidad de lo que consideramos como real, o los conceptos supremos a
partir de los cuales el discurso articula la comprensión de «lo real».
Las
categorías estéticas son los conceptos articuladores que permiten clasificar el
ámbito o dimensión de lo estético que caracteriza a las distintas experiencias sensibles
que puede vivenciar un ser humano al enfrentar situaciones y objetos que le motivan
a emitir «juicios de gusto» o «juicios estéticos». Siendo el gusto[i]
—a su vez—, la capacidad o facultad de discernimiento estético.
Son los
términos que utilizamos cuando emitimos juicios
estéticos, es decir, cuando realizamos evaluaciones de determinados fenómenos sensibles,
a partir de la experiencia que tenemos de ellos. Las categorías estéticas están
ligadas a los «valores estéticos» puros o particulares.
Las «categorías» articularían, en consecuencia, los diversos caracteres de mérito estético que fundamentan la aprobación o, en términos más generales, la respuesta del espectador. (Oyarzun, 2003, p.72).
En la cotidianidad utilizamos distintas palabras para referirnos a nuestras experiencias de agrado estético, como: bello, hermoso, bonito, gracioso, poético, pintoresco, sublime, heroico, patético, conmovedor, trágico, cómico, satírico, chistoso, clásico, romántico, ingenuo, sentimental, característico, interesante, impactante, etcétera. En el caso del desagrado o las negaciones y privaciones estéticas, se habla de: feo, horrible, grotesco, horroroso, asqueroso, kitsch, caricaturesco, grotesco, siniestro, lúgubre, etcétera, que en muchas ocasiones pueden también entrecruzarse con las variaciones positivas para crear categorías ambiguas.
El Bosco, El jardín de las delicias (fragmento), (1500-1505). |
Los
predicados estéticos han surgido de diversas fuentes. Unos de perspectivas
estilísticas (clásico, manierista, barroco, romántico), otros de formas
artísticas o de órdenes genéricos (poético, pintoresco, trágico, cómico), otros
le dan preeminencia al impacto subjetivo (conmovedor, patético, apacible),
otros a las características que debe poseer un determinado objeto para ser
considerado como estético por parte de un sujeto (bonito, fantástico, grandioso,
impactante, etcétera) (cfr. Oyarzun, 2003, p.74).
En el
devenir histórico de las categorías estéticas en Occidente, se le ha dado una
amplia preeminencia a la belleza al ser considerada como la más importante,
porque durante muchos siglos el arte se preocupó por centrarse exclusivamente
en ella: ¡el arte debía crear belleza! En la Antigüedad y la Edad Media, la
belleza poseía atributos metafísicos, porque se la relacionaba con un origen
divino o trascendente. Luego en la modernidad se volvió trascendental, subjetiva.
Para Kant, bello es: «lo que place sin concepto».
Además de la belleza, en el siglo XVIII, se le da una gran importancia a lo sublime. Filósofos ingleses como Edmund Burke (1729-1797), el conde de Shaftesbury (1671-1713), Joseph Addison (1672-1719), quien sintetizó en su revista The Spectator (1711), en una serie de artículos titulados Pleasures of the Imagination, este tipo de experiencias estéticas. El caso de Burke es de destacar, porque en su Investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello (1756) (A Philosophical Inquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful), por primera vez, se precisa que lo sublime y lo bello son categorías que se excluyen mutuamente, del mismo modo en que lo hacen la luz y la oscuridad. Burke describió lo sublime como un temor controlado que atrae al alma, presente en cualidades como la inmensidad, el infinito, el vacío, la soledad, el silencio, etcétera. Calificó la belleza como «amor sin deseo», y lo sublime como «asombro sin peligro». Así, creó una estética fisiológica, ya que para Burke la belleza provoca amor y lo sublime temor, que pueden sentirse como reales. (Cfr. ˂http://es.wikipedia.org/wiki/Sublime˃).
Además de la belleza, en el siglo XVIII, se le da una gran importancia a lo sublime. Filósofos ingleses como Edmund Burke (1729-1797), el conde de Shaftesbury (1671-1713), Joseph Addison (1672-1719), quien sintetizó en su revista The Spectator (1711), en una serie de artículos titulados Pleasures of the Imagination, este tipo de experiencias estéticas. El caso de Burke es de destacar, porque en su Investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello (1756) (A Philosophical Inquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful), por primera vez, se precisa que lo sublime y lo bello son categorías que se excluyen mutuamente, del mismo modo en que lo hacen la luz y la oscuridad. Burke describió lo sublime como un temor controlado que atrae al alma, presente en cualidades como la inmensidad, el infinito, el vacío, la soledad, el silencio, etcétera. Calificó la belleza como «amor sin deseo», y lo sublime como «asombro sin peligro». Así, creó una estética fisiológica, ya que para Burke la belleza provoca amor y lo sublime temor, que pueden sentirse como reales. (Cfr. ˂http://es.wikipedia.org/wiki/Sublime˃).
En el
romanticismo empieza a surgir un interés por la fealdad y por otras categorías más
alejadas de armonía y la apacible tranquilidad que da la belleza. Karl Rosenkranz
(1805-1879), un discípulo de Hegel, publica en 1853 su libro titulado: La estética de lo feo. Victor Hugo (1802-1885),
en su obra teatral Cromwell señala
que «Lo bello no tiene más [formas] que una, lo feo tiene mil» y es, como diría
el propio Rosenkranz, porque lo feo nunca es completo, acabado, sino que es un
detalle del todo no armonizable y presenta sin cesar aspectos nuevos, pero
incompletos.
En el
siglo XX son las vanguardias artísticas las que nos proporcionan todo un abanico
de posibilidades estéticas. El surrealismo, por ejemplo, adoptará la definición
del conde de Lautréamont (1846-1870): «bello como el encuentro fortuito, sobre
una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas», el cual caracteriza
los rasgos más distintivos del irracionalismo surrealista: la conjunción de
realidades inconexas, dislocadas o incluso contradictorias. El dadaísmo, por su
parte, quiso también hacer un arte absurdo y violento, para devolverle a la
sociedad absurda y violenta de la época de la Primera Guerra Mundial lo que se
merecía. Y, de esta manera, podríamos continuar describiendo la irrupción en el
arte moderno y contemporáneo de múltiples categorías estéticas que ameritan un
abordaje más detallado y que intentaremos explicitar en otras entradas de este
blog (por ejemplo, véase: “Lo siniestro como categoría estética”: ˂http://perspectivasesteticas.blogspot.com/2014/05/lo-siniestro-como-categoria-estetica.html˃;
“La inquietante estética de «lo pulido» según Byung-Chul Han” ˂http://perspectivasesteticas.blogspot.com/2019/01/la-inquietante-estetica-de-lo-pulido.html˃).
Por: Rodolfo
Wenger C.
Referencias
Oyarzun
R., P. (2003). “Categorías estéticas”, en: Xirau, R. y Sobrevilla, D. (Eds.) Estética. Madrid, Trotta (Enciclopedia
Iberoamericana de Filosofía No. 25), (pp. 67-99).
Wikipedia
(s.f.). “Sublime” [en línea] ˂http://es.wikipedia.org/wiki/Sublime˃. [Fecha de
consulta: 25/05/2019].
[i] La
noción de gusto (taste, Geschmack, goût) es la facultad que permite discernir los rasgos estéticos de
los objetos y formular discursivamente las estimaciones que cada quien puede
hacer al respecto. El término es inaugurado por Baltasar Gracián (El discreto, 1646).