La
categoría de lo sublime se utiliza cuando se quiere hablar de una experiencia
que tiene que ver con lo grandioso, lo maravilloso, con aquello que nos
sobrepasa por su escala o magnitud.
Mientras
que lo bello nos tranquiliza, nos agrada de manera apacible o reconfortante, lo
sublime nos sobrecoge, incluso nos atemoriza y, sobre todo, nos hace sentir
pequeños, efímeros.
Lo
sublime no es una categoría estética reciente, porque ya desde el siglo I, en
la época alejandrina, un escritor denominado Pseudo-Longino redactó una obra con
el título de: Sobre lo sublime, la
cual fue traducida al francés por Charles Boileau en 1674 y al inglés por John
Hall en 1725. Y será una obra que tendrá una gran influencia en la estética del
siglo XVIII.
Para
Longino lo sublime es un efecto del arte. Es una expresión de grandes y nobles
pasiones, que implican una participación sentimental tanto del creador literario
como del lector o espectador. Lo sublime moviliza el entusiasmo, es algo que
anima desde adentro el discurso poético y arrastra al éxtasis a los oyentes o a
los lectores. (Eco, 2010, p.278). Longino, en su texto, centra su atención en
las retóricas y estilísticas con las que se puede producir lo sublime y afirma
que se puede llegar a suscitar su efecto a través del arte (no a través de un fenómeno
natural):
Lo sublime no conduce a los que escuchan a la persuasión sino a la exaltación: porque la desviación imprevisible que provoca prevalece siempre sobre lo que convence o gusta. (Pseudo-Longino, De lo sublime, I).
Casi por naturaleza nuestra alma se eleva ante lo que es verdaderamente sublime y, presa de una de una orgullosa exaltación, se llena de una alegría soberbia, como si ella misma hubiese producido lo que ha escuchado. […] (Pseudo-Longino, De lo sublime, VIII).
A comienzos del siglo XVIII, se da una modificación de la concepción de lo sublime, porque se la vincula directamente con la naturaleza, y se le da cabida a lo informe, lo doloroso y lo terrible. Es una época de viajeros ansiosos de conocer nuevos paisajes y nuevas costumbres; no por ansia de conquista, como había ocurrido en los siglos anteriores, sino para experimentar nuevos placeres y nuevas emociones. Por eso, se desarrolla un gusto particular por lo exótico, lo interesante, lo curioso, lo diferente, lo sorprendente. (Eco, 2010, p.282).
Las ruinas, por ejemplo, son apreciadas porque encajan en aquello que es misterioso, exótico e inesperado. Se valora en ellas la incompletud, las marcas del
paso del tiempo que se dejan entrever entre la vegetación salvaje, el musgo que
cubre las grietas que horadan sus paredes. Es decir, son estimadas por una serie de características estéticas que no encajan en la categoría de lo bello, sino más bien en la de lo sublime.
Caspar
David Friedrich, Abadía en el bosque de
encinas, 1809-1810. Berlín,
Nationalgalerie.
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En su Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello (1759), Edmund Burke, precisa muy bien lo que considera que es lo sublime:
Todo lo que resulta adecuado para excitar las ideas de dolor y de peligro, es decir, todo lo que es de algún modo terrible, o se relaciona con objetos terribles, o actúa de manera análoga al terror, es una fuente de lo sublime; esto es, produce la emoción más fuerte que la mente es capaz de experimentar.” (Burke, 1987, p.29).
Johann Heinrich Füssli, La pesadilla (The Nighthmare), 1781. Detroit, Institute of Fine Arts. |
Por Rodolfo Wenger C.
Referencias
Burke,
E. (1987). Indagación filosófica sobre el
origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello. Madrid: Tecnos.
Eco, U.
(2010). Historia de la belleza. Barcelona:
Debolsillo.