El filósofo Jean-Paul Sartre (1905-1980). |
La concepción sartreana del cuerpo
Para Sartre la conciencia es aquello que tiende
intencionalmente al objeto, sin poder ser puesto ella misma —a su vez—, como
objeto. Por su parte, el objeto queda definido como aquello hacia lo que la
conciencia se dirige y que, en sí mismo, no es conciencia intencional.
La conciencia es en términos de la ontología
sartreana “ser-para-sí” (être-pour-soi),
porque es el ser “para sí mismo”, que sabe de su ser sin que por ello tenga que
ponerse ante sí como objeto de conocimiento. De acuerdo con ello, para Sartre,
la realidad humana tiene en relación con su corporeidad tres dimensiones
ontológicas diferentes:
- En primer lugar, un cuerpo “existe‟ en tanto la conciencia lo “vive‟ como propio.
- Pero también un cuerpo es conocido, recibe un significado, y es utilizado por otras conciencias, por los “otros”, del mismo modo que se le confiere significado y una utensibilidad a los objetos, al en-soi.
- Finalmente, la realidad humana se capta y se reconoce a sí misma como siendo conocida por el otro en tanto que cuerpo.
Las dos últimas dimensiones se pueden reunir en una: el
cuerpo como objeto para la conciencia. Se trata de una dimensión que el cuerpo
adopta no sólo ante los demás sino también ante la misma conciencia que lo
“vive” como propio, porque en Sartre, únicamente como objeto, el cuerpo puede
ser considerado como tal, dado que sólo en tanto objeto que pongo ante mí, ante
mi conciencia, ante la conciencia que soy, puedo tener conocimientos acerca de
mi cuerpo. Es decir, en últimas, conozco mi cuerpo de la misma manera que lo
hago con el de otros.
Para Sartre la naturaleza, de la que el cuerpo forma parte, no es más que être-en soi. Sobre ella actúa la conciencia (être-pour-soi) conociéndola, ordenándola, confiriéndole un significado. De esta manera:
Para Sartre la naturaleza, de la que el cuerpo forma parte, no es más que être-en soi. Sobre ella actúa la conciencia (être-pour-soi) conociéndola, ordenándola, confiriéndole un significado. De esta manera:
Sólo por la acción de la conciencia, que pone la nada en el ser al conocerlo –es decir, que pone la negación, el no-ser que hace posible la diferencia, la distinción y por ende, la pluralidad- el en-soi recibe la identidad, la cuantificación, las cualidades, las relaciones. Sólo por acción de la conciencia aparecen las individuales en el mundo. Pero en cuanto la conciencia deja de actuar sobre el mundo, cuando no hay una conciencia que se dirija al en-soi, los contornos de este se pierden de nuevo en la viscosidad de lo informe” (Ariño, 2002, pp. 167-168).
Por tanto, para Sartre el cuerpo o bien es un objeto para la
conciencia, “una cosa entre las cosas”, un en-soi, es decir, un objeto, o bien
es un pour-soi, en tanto es el cuerpo propio tal como es “vivido” por la
conciencia, aquello por medio de lo que las cosas se me descubren, es decir,
una estructura instrumental de la conciencia, y por lo tanto indistinguible de
ésta. Pero no puede ser las dos cosas al mismo tiempo, puesto que no se puede
ser al mismo tiempo sujeto y objeto.
La experiencia del cuerpo en la literatura de Jean-Paul Sartre
Así, la corporalidad humana implica para Sartre tanto conciencia como naturaleza. Es en parte conciencia, pour-soi (cuerpo vivido o fenoménico); y por otra, cuerpo-objeto, naturaleza, en soi. Lo cual hace que exista una dualidad en su filosofía que no permite la coincidencia, la identidad entre ser conciencia y cuerpo, ya que siempre se ha de dar un rechazo permanente entre el en-soi y el pour-soi; un rechazo de la contingencia de lo corporal por parte de la conciencia; se trata de una experiencia que Sartre describirá con todo detalle en su novela La náusea (1938). En ella, el protagonista, Antoine Roquentin, cuando mira su rostro, lo describe en los siguientes términos: “Eso vive, no digo que no […] veo ligeras grietas, veo una carne insípida que se dilata y palpita con abandono. Los ojos sobre todo, desde tan cerca, son horribles. Son algo vidrioso, blando, ciego, bordeado de rojo: se dirían escama de pescado”. (Sartre, 1938, p. 33). Se trata de una situación de extrañeza con el propio cuerpo cuando es percibido como cosa, como en-soi, y a la vez se reconoce como lo que en cierto modo “es” habitado por la conciencia.
Cuando Roquentin observa su mano sobre la mesa, la mira como un objeto, e incluso como un animal, dado que si bien es algo vivo no tiene conciencia:
La experiencia del cuerpo en la literatura de Jean-Paul Sartre
Así, la corporalidad humana implica para Sartre tanto conciencia como naturaleza. Es en parte conciencia, pour-soi (cuerpo vivido o fenoménico); y por otra, cuerpo-objeto, naturaleza, en soi. Lo cual hace que exista una dualidad en su filosofía que no permite la coincidencia, la identidad entre ser conciencia y cuerpo, ya que siempre se ha de dar un rechazo permanente entre el en-soi y el pour-soi; un rechazo de la contingencia de lo corporal por parte de la conciencia; se trata de una experiencia que Sartre describirá con todo detalle en su novela La náusea (1938). En ella, el protagonista, Antoine Roquentin, cuando mira su rostro, lo describe en los siguientes términos: “Eso vive, no digo que no […] veo ligeras grietas, veo una carne insípida que se dilata y palpita con abandono. Los ojos sobre todo, desde tan cerca, son horribles. Son algo vidrioso, blando, ciego, bordeado de rojo: se dirían escama de pescado”. (Sartre, 1938, p. 33). Se trata de una situación de extrañeza con el propio cuerpo cuando es percibido como cosa, como en-soi, y a la vez se reconoce como lo que en cierto modo “es” habitado por la conciencia.
Cuando Roquentin observa su mano sobre la mesa, la mira como un objeto, e incluso como un animal, dado que si bien es algo vivo no tiene conciencia:
Veo mi mano que se expande sobre la mesa. Vive, soy yo. Se abre, los dedos se despliegan y se alzan. Esta sobre su dorso. Me muestra su grueso vientre. Parece un bicho caído de espaldas. Los dedos son las patas (…) Mi mano se vuelve boca abajo y me ofrece ahora su dorso (…) se diría un pez si no fuera por el vello rojo en el nacimiento de las falanges. Siento mi mano. Soy yo esas dos bestezuelas que se agitan al final de mis brazos. Mi mano rasca una de sus patas con la uña de la otra pata; siento su peso sobre la mesa que no soy yo. (Sartre, 1938, p.139).
Esta situación de extrañeza va muy de acuerdo con la
filosofía sartreana, porque si bien, de acuerdo con sus postulados, toda
conciencia habita un cuerpo; no se puede dar incorpórea.
Así, la percepción de la inevitable corporalidad propia, la cenestesia,[1] es causa de una permanente náusea para el pour-soi. La conciencia no puede dejar de habitar un cuerpo, porque no puede darse incorpórea, la cenestesia es inevitable, pero incomoda mucho a la conciencia cuando decide abordar al cuerpo como un en-soi.
Así, la percepción de la inevitable corporalidad propia, la cenestesia,[1] es causa de una permanente náusea para el pour-soi. La conciencia no puede dejar de habitar un cuerpo, porque no puede darse incorpórea, la cenestesia es inevitable, pero incomoda mucho a la conciencia cuando decide abordar al cuerpo como un en-soi.
De igual forma como captamos nuestra corporeidad como
facticidad, como objeto en su contingencia, y no como trascendencia, captamos los
cuerpos de los demás, el cuerpo del otro, de los otros. Sin embargo, no se capta la cenestesia del otro como capto mi cenestesia.
El cuerpo del otro no se me da en la vivencia de lo irreflexivo, sino sólo como
objeto dado. Ese en-soi del otro es su carne, su cuerpo como pura cosa que es,
además, y sin embargo centro-objeto de referencia al mundo.
Pero, además de la conciencia que somos en tanto que “existimos” un cuerpo, nos sabemos “vistos”, conocidos por los demás del mismo modo. La mirada del otro afecta al modo en que asumimos nuestra corporeidad, en tanto surge una “exterioridad” que constituye un aspecto de nuestro cuerpo que permanece desconocido para nosotros y que el otro nos impone: el cuerpo que “somos” para los otros.
En cuanto cuerpo que somos para otro, el pour-soi tiene que aceptar un punto de vista sobre su corporalidad que, él mismo en tanto que pour-soi, no puede tener ya que es el punto de vista del otro, de otra conciencia ante la que aparecemos como mero cuerpo. El otro, al asumirme como un cuerpo que desconozco pero que no puedo negar que soy, o más bien, que es el mío, me aliena. El otro al alienarme, al aprehenderme como cuerpo que soy, me hace aceptar un punto de vista sobre mi corporeidad que yo mismo, en tanto que pour-moi, no puedo tomar, ya que es, por definición el punto de vista del otro, de otra conciencia ante la que aparezco como mero cuerpo. Sin embargo, a través del lenguaje llegamos a recobrar algo de nuestro cuerpo alienado, ya que mediante el lenguaje podemos llegar a conocer nuestro cuerpo tal como aparece ante los otros. Por ejemplo, cuando nos enfermamos, el pour-soi que existe el cuerpo enfermo no “vive” la enfermedad como tal, es sólo conciencia de dolores, molestias. Únicamente desde el conocimiento de su cuerpo-para-otro, mediante el diagnóstico médico, por ejemplo, puede el pour-soi captar su propio cuerpo como algo destruido por la enfermedad. (Cfr. Ariño, 2002, p. 177).
Entonces, mediante los conceptos y el lenguaje del otro podemos llegar a conocer posicionalmente nuestra corporeidad, al conocerla como objeto; tal como lo hace el protagonista de La náusea en un pasaje en el que se confronta con sus pensamientos, con su cuerpo, con su existencia, con el lenguaje:
Pero, además de la conciencia que somos en tanto que “existimos” un cuerpo, nos sabemos “vistos”, conocidos por los demás del mismo modo. La mirada del otro afecta al modo en que asumimos nuestra corporeidad, en tanto surge una “exterioridad” que constituye un aspecto de nuestro cuerpo que permanece desconocido para nosotros y que el otro nos impone: el cuerpo que “somos” para los otros.
Yo existo mi cuerpo: tal es su primera dimensión de ser. Mi cuerpo es utilizado y conocido por el otro: tal es su segunda dimensión. Pero en tanto que yo soy para otro, el otro se desvela ante mí como el sujeto para el que yo soy objeto […] Yo existo pues para mí como conocido por el otro, en particular en mi facticidad misma. Yo existo para mí como conocido por el otro en calidad de cuerpo. Tal es la tercera dimensión ontológica de mi cuerpo. Con la aparición de la mirada del otro, tengo la revelación de mi ser-objeto […] es de mi ser-ahí-para-otro de lo que soy responsable. Este ser-ahí es precisamente el cuerpo. (Sartre, 1975, pp. 418-419).
En cuanto cuerpo que somos para otro, el pour-soi tiene que aceptar un punto de vista sobre su corporalidad que, él mismo en tanto que pour-soi, no puede tener ya que es el punto de vista del otro, de otra conciencia ante la que aparecemos como mero cuerpo. El otro, al asumirme como un cuerpo que desconozco pero que no puedo negar que soy, o más bien, que es el mío, me aliena. El otro al alienarme, al aprehenderme como cuerpo que soy, me hace aceptar un punto de vista sobre mi corporeidad que yo mismo, en tanto que pour-moi, no puedo tomar, ya que es, por definición el punto de vista del otro, de otra conciencia ante la que aparezco como mero cuerpo. Sin embargo, a través del lenguaje llegamos a recobrar algo de nuestro cuerpo alienado, ya que mediante el lenguaje podemos llegar a conocer nuestro cuerpo tal como aparece ante los otros. Por ejemplo, cuando nos enfermamos, el pour-soi que existe el cuerpo enfermo no “vive” la enfermedad como tal, es sólo conciencia de dolores, molestias. Únicamente desde el conocimiento de su cuerpo-para-otro, mediante el diagnóstico médico, por ejemplo, puede el pour-soi captar su propio cuerpo como algo destruido por la enfermedad. (Cfr. Ariño, 2002, p. 177).
Entonces, mediante los conceptos y el lenguaje del otro podemos llegar a conocer posicionalmente nuestra corporeidad, al conocerla como objeto; tal como lo hace el protagonista de La náusea en un pasaje en el que se confronta con sus pensamientos, con su cuerpo, con su existencia, con el lenguaje:
Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor. Los pensamientos son lo más insulso que hay. Más insulso aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además dentro de los pensamientos están las palabras, las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción: “Tengo que termi... Yo ex... Muerto... M. de Roll ha muerto... No soy... Yo ex... ” Sigue, sigue, y no termina nunca. Es peor que lo otro, porque me siento responsable y cómplice. Por ejemplo, yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. Yo. El cuerpo, una vez que ha empezado, vive solo. Pero soy yo quien continúa, quien desenvuelve el pensamiento. Existo. Pienso que existo. ¡Oh qué larga serpentina es esa sensación de existir! Y la desenvuelvo muy despacito... ¡Si pudiera dejar de pensar! Intento, lo consigo: me parece que la cabeza se me llena de humo... y vuelve a empezar: “Humo... no pensar... No quiero pensar. No tengo que pensar que no quiero pensar. Porque es un pensamiento”. ¿Entonces no se acabará nunca?
Yo soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento —es atroz— si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza... si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso, me llena por entero y renueva mi existencia. (Sartre, 1938, p. 139).
Por Rodolfo Wenger.
Referencias
Ariño V., A. (2002). “Visión de la corporeidad en la ontología y la literatura de J.P. Sartre”. En: Rivera de Rosales, J y López-Sáenz, Ma. del C. (Coords.) (2002): 165-178.
Rivera de Rosales, J y López-Sáenz, Ma. del C. (Coords.) (2002) (Coords.) (2002). El cuerpo. Perspectivas filosóficas. Madrid: UNED.
Sartre, J.-P. (1938). La Nausée. Paris: Gallimard.
_________ (1975). L’être et le néant. Essai d’ontologie phénoménologique. Paris: Gallimard.
Wenger, R. (2015). "Corporalidad y literatura en J.P. Sartre y M. Merleau-Ponty" . En: revista Amauta, vol. 13, No. 26. Barranquilla: Sello Editorial Universidad del Atlántico.
[1] En términos
fisiológicos y psicológicos, la cenestesia
(del griego κοινός /koinós/ "común" y αἴσθησις /aísthesis/
"sensación", "sensación en común") es la denominación dada
al conjunto de sensaciones que un individuo posee de su cuerpo, sensaciones
principalmente relacionadas con la “interiocepción”, dadas por sus órganos
internos en las cuales no intervienen ni el sentido del tacto, ni el olfativo,
ni el auditivo, ni el de la vista. Por tanto, puede definirse también como: la
sensación general de la existencia del propio cuerpo.