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Melancolía y creación literaria: la Estambul de Orhan Pamuk



« […] cualquier cosa que digamos sobre las características generales de una ciudad, 
sobre su alma o su esencia, acaba convirtiéndose de forma indirecta en una confesión 
sobre nuestra vida y, especialmente, sobre nuestro estado espiritual.
La ciudad no tiene otro centro sino nosotros mismos.»

Orhan Pamuk (p.401).


Estambul. Ciudad y recuerdos es un libro de memorias de Orhan Pamuk, un relato autobiográfico y un inmenso homenaje a una ciudad milenaria, contradictoria, cosmopolita; poseedora de una belleza natural, arquitectónica y monumental, ligada indudablemente a la melancolía, pero también a la fascinación y al embrujo que despiertan las pasiones. 

El escritor estambulí, Premio Nobel de Literatura de 2006, nos hace un retrato literario de una metrópoli trepidante que en la actualidad tiene alrededor de 15 millones de habitantes, y que ha atraído por mucho tiempo a innumerables viajeros que han querido develar sus misterios, saciar sus anhelos orientalistas o su curiosidad artística y literaria. 


El libro está dividido en 37 capítulos y relata los primeros 20 años del autor, desde su nacimiento en 1952 hasta mediados de los años setenta. Pero más que eso es una descripción sincera y minuciosa de un paisaje interior e íntimo y el de una ciudad atravesada por la amargura, designada con la palabra de origen árabe: Hüzün (capítulo 10). Para Pamuk el origen de la amargura de Estambul radica en la pobreza y la sensación de derrota y pérdida, pero también en algo que es escogido (p.125). Es en este sentimiento en donde radica gran parte de la emocionalidad de la literatura, la poesía y la música turca contemporánea que tratan a Estambul subrayarando la amargura como algo propio, como una victoria que se convierte en un centro que une y permite, a la vez, describi a la ciudad como una comunidad (p.127).

 

El sentimiento de melancolía y amargura que describe Pamuk está también ligado a que en esa época Estambul pasaba por unos de los peores momentos de su larguísima historia. En esos años se acentuó la nostalgia por la grandeza de un imperio que ya no existía, lo cual dio paso a una sensación de decaimiento generalizado en una ciudad que se encontraba ante el dilema de ser una encrucijada geográfica y existencial entre Oriente y Occidente. Una pugna silenciosa entre las tradiciones ancestrales y la occidentalización de sus clases más pudientes y acomodadas (tal como es el caso de la familia Pamuk, que a pesar de las malas inversiones del padre y el tío de Orhan, seguía siendo muy acomodada). Las luchas nacionalistas y la necesidad de enfrentar un nuevo destino en la geopolítica mundial asumiendo el pasado de un país. El empobrecimiento que se abate inmisericordemente sobre las clases más desfavorecidas y las minorías étnicas.

Pamuk en este libro se abre con toda sinceridad a contarnos sus secretos más íntimos: sus pensamientos y vivencias de infancia, sus peleas con su hermano, las ausencias de su padre debido a sus conquistas amorosas, sus días de colegio, sus deseos y anhelos, su iniciación sexual, su primer amor con una hermosa joven que sólo llama su “rosa negra” (capítulo 35. “El primer amor”), su cercanía con la pintura y la literatura europea, pero sobre todo su relación de amor y desamor con Estambul.

Orhan Pamuk (n. 1952) en Estambul.

Una de las cosas que más llama la atención de este libro es la profusión de fotografías a blanco y negro que lo acompañan. Son muchas, más de 250, y la mayoría de ellas logran aumentar aún más la sensación de nostalgia y extrañeza que describen sus páginas acerca de lo que fue Estambul en la década de los 60 y 70, e incluso muchos antes. Algunas de estas fotografías muestran los grabados de Melling (capítulo 7), pero también las de los archivos de fotógrafos estambulíes como Ara Güller, Selahattin Gitz, nacido en 1912, y quien por cinco décadas conformó un archivo fotográfico de la ciudad. Igualmente, muchas fotografías son del archivo familiar y personal del propio autor.

 
No se trata de recopilar sólo datos históricos, sino de apelar también a la literatura. De esta manera son referenciados los escritos de Gérard de Nerval, quien inició el periplo que narra en su Viaje al Oriente en 1843 en El Cairo y Alejandría en Egipto; y, luego, viajó a Siria, Chipre, Rodas, Esmirna y Estambul, huyendo de la muerte de la actriz Jenny Colon, su gran amor no correspondido, pérdida que lo sumió en una gran tristeza y dolor (capítulo 23). Théophile Gautier, poeta crítico, novelista y escritor que permaneció setenta días en la ciudad en 1852, y que publicó por entregas sus impresiones en el periódico para el que trabajaba, y que luego recopiló esos artículos en un libro titulado Constantinopla (considerado por Pamuk como el mejor libro escrito sobre Estambul en el siglo XIX, después del Constantinopoli del italiano Edmondo de Amicis). También se mencionan las cinco semanas que duró en Estambul Gustave Flaubert en 1850, acompañado de un amigo fotógrafo y del escritor Maxime Du Camp, y de una sífilis que contrajo en Beirut. En sus cartas, Flaubert menciona de manera detallada su impresión de los cementerios de la ciudad, en particular de las «putas de cementerio» que se encontraban por las noches con los soldados en los osarios, de las lápidas que todavía se encontraban integradas en la ciudad y en la vida, pero que «iban hundiéndose en la tierra al envejecer hasta desaparecer del todo, como el recuerdo de los muertos que van siendo olvidados lentamente» (p.336).

En el capítulo 7 (“Los paisajes del Bósforo de Melling”), se presentan los grabados de Antoine-Ignace Melling (1763-1831), un pintor alemán con sangre italiana y francesa que llegó a ser el arquitecto imperial del sultán otomano Selim III y su hermana Hatice Sultana, y que viajó a la ciudad atraído, como muchos otros artistas y escritores, por el romanticismo orientalista de la época. Unos sueños románticos de Oriente que comenzaron a ser una tradición literaria francesa a partir de Chateaubriand, Lamartine y Victor Hugo.


Grabados de Antoine-Ignace Melling (1763-1831).


Otro capítulo interesante es el de los escritores Tampinar y Yahya Kemal (capítulo 26), quienes llegarían a convertirse respectivamente en el mayor novelista y el mayor poeta turcos del siglo XX. Ambos querían buscar la nación y el nacionalismo turcos entre las ruinas de Estambul, pero no los pudieron encontrar en la  belleza cosmopolita de la ciudad sino más bien en los suburbios en los que los habitantes se hallaban viviendo entre la amargura de lo viejo, de lo ruinoso y del pasado. Fue en la población musulmana de estos barrios apartados donde encontraron lo que estaban buscando, y lo que hicieron, entonces, fue acentuar con éxito lo pintoresco de estos suburbios en sus descripciones literarias. 

Algo parecido, pero privilegiando lo extraño y singular, fue lo que intentó hacer el escritor Reşat Ekrem Koçu, quien publicó una Enciclopedia de Estambul, «la primera enciclopedia del mundo sobre una ciudad», tal como él mismo lo decía, la cual empezó a salir en 1944, pero que se vio obligado a dejar a medias en 1951 por falta de dinero en la página 1.000, en el cuarto tomo y apenas en la letra B (capítulo 18).

Pamuk considera que todas estas lecturas le hicieron percibir Estambul como un extranjero, una costumbre que considera necesaria para luchar contra el sentimiento de comunidad excluyente y el nacionalismo exacerbado. El hecho de que los viajeros occidentales adapten a Estambul sus propios sueños o quimeras de Oriente no le preocupa, porque considera que nunca le ha hecho daño a la ciudad dado que nunca ha sido una colonia occidental (pp. 280-281).

Pamuk se pregunta si el misterio de Estambul no consiste en que la pobreza coexiste al lado de su Historia insigne, junto con una vida en comunidad y barrio cerrada sobre sí misma, a pesar de estar totalmente abierta a influencias externas. En que detrás de sus bellezas naturales y arquitectónicas volcadas al exterior, la vida cotidiana se basa en unas relaciones frágiles y estropeadas (p.401). Pero, luego agrega que toda característica esencial que podamos decir de una ciudad implica más bien, y de alguna manera, algún tipo de confesión sobre nuestra propia vida. Nosotros somos, en últimas, el propio centro de la ciudad que intentamos describir.

Casi al final del libro Pamuk nos da algunas pistas de como aprender a ver, a asumir, una ciudad de tal forma que podamos unir su paisaje a nuestros sentimientos más auténticos y profundos. El siguiente párrafo resume muy bien esto en términos de una experiencia estética fundamental de atracción-identificación:

Las sensaciones que provoca Estambul al observar el paisaje de la ciudad, al caminar por sus calles o atravesarla en barco, se unen a las imágenes, pero es algo que no solo se consigue contemplando el panorama mientras se pasea, sino siendo capaz de aglutinar dentro de uno mismo el estado espiritual con las estampas que nos concede la ciudad. Si se hace con sinceridad y un mínimo de talento, en la memoria se funden las imágenes de la ciudad con los sentimientos más profundos y sinceros, con el dolor, la tristeza, la amargura y, a veces, con la felicidad, la alegría de vivir y el optimismo. (Pamuk, 2006, p.396).

Bizancio, Constantinopla, Estambul, tres nombres míticos para una gran e ilustre ciudad que alguna vez en la vida es necesario visitar para poder experimentar la belleza melancólica de un lugar que es una encrucijada que lo conjuga todo.












Estambul vista desde el Palacio de Topkapi (fotos de R.W.)


Por: Rodolfo Wenger C.




Referencias
Pamuk, O. (2006). Estambul. Ciudad y recuerdos. Barcelona: Random House Mondadori.

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