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La necesidad política de una educación estética según Schiller


Eugène DELACROIX (1798-1863). La libertad guiando al pueblo, 1830. Óleo sobre lienzo (260cm × 325cm). Museo del Louvre, París.

La idea de la «educación del género humano», del ser humano como individuo y sociedad, es una concepción que se encuentra siempre en la teoría schilleriana, y es un tema propio de la ilustración, en tanto la definición de la «ilustración» implica la «educación» del ser humano para emanciparlo o liberarlo de su culpable incapacidad, de su minoría de edad (sapere aude). Sin embargo, existe una gran diferencia con lo que propondrá Schiller, porque la educación ilustrada proponía un proceso lineal dirigido hacia la perfección del carácter humano hacia la verdad o hacia el bien, mientras que Schiller busca formarlo estéticamente, es decir, «ennoblecer» al ser humano. 

El ennoblecimiento ha de producirse ante todo en el terreno de la sensibilidad del ser humano: «no hay otro camino para hacer racional al hombre sensible que el hacerlo previamente estético» (carta XXIII, 2). Esto, porque para Schiller la belleza es el don supremo, el don de humanidad por excelencia, dado que le devuelve al ser humano su libertad y lo confronta con su esencia, con su tendencia a lo ilimitado, a la divinidad (carta XXI, 5). 

Por consiguiente, el principal propósito que tiene la educación estética schilleriana es el de lograr el ennoblecimiento [Veredelung] del carácter humano: «Porque es a través de la belleza como se llega a la libertad» (carta II, 5).



 Las estatuas de Schiller y Goethe ante el Teatro Nacional de Alemania, en Weimar.



El arte como instrumento de educación estética y política

El arte, para Schiller, encierra en sí «la memoria de la dignidad humana» (carta IX, 4), pero para ser instrumento de reforma política debe poseer una carácter autónomo con respecto de la realidad, un carácter a-histórico, que es definido como «inmunidad del arte».

La caracterización del artista como educador de la humanidad, implica que éste debe guardar una cierta distancia necesaria con respecto a su época, para no verse inmiscuido en el drama de su tiempo presente. El artista hace posible el ennoblecimiento del género humano, lo cual constituye el inicio de toda verdadera libertad política, dando al mundo «una orientación hacia el bien» (carta IX, 7).

Schiller se sitúa, de esta manera, en el momento histórico de una modernidad posilustrada que comienza a experimentar con desencanto el fracaso evidente de sus metas políticas más altas. Y aunque él reconoce la superioridad de un Estado moderno secularizado, también constata que éste se ha metamorfoseado en una especie de mecanismo rígido, disgregado en unidades sin vida propia, sólo concatenadas artificialmente mediante nexos formales y externos. (carta VI, 7). 

Por eso considera que: «toda reforma política debe tomar como punto de partida el ennoblecimiento del carácter humano […] » «habría que buscar un instrumento que el estado no nos proporciona […] Ese instrumento de ennoblecimiento del ser humano es el arte» (carta IX, 1-2).

De esta manera, para Schiller la educación estética se convierte en el presupuesto de emancipación de la humanidad. La humanidad no puede lograr salir de su estado de minoría de edad (en términos kantianos) mientras la ley sea para ella una construcción externa, y no la que ella pueda darse libremente.

La determinación ética implica un contraste entre libertad e impulso. El impulso implica la satisfacción de las necesidades inmediatas (sin mediación de la razón y son, por tanto, pasionales), mientras que la libertad implica la autodeterminación, y tiene que ver con el uso práctico de la razón.


Elementos conclusivos

En Schiller se hace explícita, por primera vez en la modernidad la relación entre estética y política, entre el arte y su rol en la conformación y regulación de la vida pública.

De esta manera, sólo el arte y su experiencia de lo bello, estimulan el ejercicio armónico de los instintos que conforman la naturaleza sensible y racional del hombre, de modo que sólo así se abre el camino hacia la realización plena de la existencia.

En Schiller, pues, la modernidad reconoce los límites de su proyecto político y encuentra en el arte un camino hacia la recomposición de un Estado donde la auténtica libertad sea posible.

También con Schiller surge la pedagogía y la educación estética. Con su obra se genera una nueva propuesta según la cual sólo la educación estética puede formar al ser humano completo y sacar a la humanidad que habita en él. Esto lo reconoce un autor contemporáneo de la estética como L. Pareyson (1939-1991), quien fue un seguidor de la estética schilleriana. En el ser humano estético se manifiesta la armonía de todas las facultades humanas, porque la función pedagógica de la belleza garantiza que el hombre físico se convierta en hombre estético y, por tanto, en hombre moral.



Por: Rodolfo Wenger C.



Referencias bibliográficas:
 
SCHILLER, Friedrich von (1990). Cartas sobre la educación estética del hombre, trad. del alemán y notas de Jaime Feijóo y Jorge Seca. Edición bilingüe. Madrid: Anthropos.

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