Si asumimos el postmodernismo como la pauta
cultural dominante de la lógica del capitalismo avanzado, tal como lo hace el
crítico cultural post-marxista Fredric Jameson[1],
podemos constatar entre sus efectos: la
disolución de la autonomía de la esfera cultural: “se trata de una prodigiosa expansión de la cultura en el dominio de lo
social, hasta el punto que no resulta exagerado decir que, en nuestra vida
social, ya todo desde los valores mercantiles y el poder estatal hasta los
hábitos y las propias estructuras mentales se han convertido en cultura de un
modo original y aún no teorizado”,[2]
Esto estaría aparejado con la transformación de lo ‘real’ en una colección de
acontecimientos causada por la exacerbación de las imágenes transmitidas por
los medios masivos de comunicación, es decir, por una lógica del simulacro que convierte, cada vez más, las antiguas
realidades en imágenes audiovisuales.
Con ello, lo que ha estado cambiando de
manera drástica han sido las referencias existenciales, las maneras de darle
sentido a lo real y a la relación con el otro. Se están modificando las
antiguas identidades nacionales y locales por procesos de desterritorialización
que implican otras formas de dominación y empobrecimiento de la existencia muy
relacionadas con un proceso de hegemonización
cultural, el impuesto por la hegemonía del “mercado mundial”, el del
capital transnacional:
El ser humano contemporáneo se encuentra fundamentalmente desterritorializado. Sus territorios existenciales originarios -cuerpos, espacio doméstico, clan, culto- ya no están arrumados en un suelo inmutable, sino enganchados en lo sucesivo a un mundo de representaciones precarias y en perpetuo movimiento. Los jóvenes que deambulan, con un walkman pegado a las orejas, están habitados por ritornelos producidos lejos, muy lejos de sus tierras natales. Sus tierras natales, por otra parte , ¿qué podría decir eso para ellos? Con toda seguridad no el lugar donde reposan sus ancestros, donde han visto el día y donde tendrán que morir. Ya no tienen ancestros; han caído allá sin saber por qué y así mismo desaparecerán.[3]
En la actualidad es muy difícil saber qué es lo propio y qué es lo ajeno:
hace algunos años los bienes que se consumían se generaban en la propia
sociedad, en el propio país, hoy en día lo que se produce en todo el mundo está
a la mano de cualquier consumidor potencial.
Antes existían fronteras relativamente bien definidas que se encontraban
reforzadas por disposiciones económicas y legales que limitaban el acceso de
las mercancías, bienes y servicios susceptibles de ofrecer una competencia a
los producidos en el respectivo país. Funcionaba así porque la mayoría de los
mensajes y bienes que se consumían se generaban en el propio país y aunque los
intercambios eran permitidos, lo eran en tanto se dieran en el marco de una
dinámica de internacionalización,
caracterizada por la apertura de fronteras de cada sociedad para incorporar
bienes materiales y simbólicos de las demás. Pero hoy en día asistimos a un
proceso de globalización según el
cual existe una interacción funcional de
actividades económicas y culturales dispersas, bienes y servicios generados por
un sistema con muchos centros, en el que importa más la velocidad para recorrer
el mundo que las posiciones geográficas desde las cuales se actúa.[4]
Por consiguiente, cabe preguntarse: ¿qué pasa
con las posibilidades de establecer prácticas sociales y culturales que le den
sentido de pertenencia y especificidad a quienes hablan una misma lengua,
comparten una trayectoria histórica común y poseen referentes colectivos
semejantes?; ¿Acaso, las identidades y
las referencias colectivas se están diluyendo irremediablemente en esquemas más
universales ligados a la homogeneización del consumo?
La respuesta a estos interrogantes tiene que ver con el proceso de globalización que acabamos de mencionar. Porque desde hace unas cuantas décadas hacia atrás, las identidades eran territoriales y casi siempre monolingüísticas. En cada Estado-nación se construía una identidad aglutinadora subordinando a las distintas regiones y etnias dentro de un espacio más o menos arbitrariamente definido, llamado nación y oponiéndola -bajo las características que le daba su organización estatal- a otras naciones; se trataba de la identidad nacional. En los países en donde existía una pluralidad lingüística, étnica y cultural, las políticas de homogeneización modernizadora escondieron la multiculturalidad bajo el dominio de esquemas unificadores y la diversidad de formas de producción y consumo dentro de los formatos nacionales.
La respuesta a estos interrogantes tiene que ver con el proceso de globalización que acabamos de mencionar. Porque desde hace unas cuantas décadas hacia atrás, las identidades eran territoriales y casi siempre monolingüísticas. En cada Estado-nación se construía una identidad aglutinadora subordinando a las distintas regiones y etnias dentro de un espacio más o menos arbitrariamente definido, llamado nación y oponiéndola -bajo las características que le daba su organización estatal- a otras naciones; se trataba de la identidad nacional. En los países en donde existía una pluralidad lingüística, étnica y cultural, las políticas de homogeneización modernizadora escondieron la multiculturalidad bajo el dominio de esquemas unificadores y la diversidad de formas de producción y consumo dentro de los formatos nacionales.
![]() |
Mella Jaarsma. The Post Modernist , 2011. (Vestidos hechos con empaques de medicinas de origen 'natural' vendidas para 'mejorar' la apariencia personal).| |
En contraposición a las identidades nacionales en el momento actual están surgiendo identidades postmodernas, que son transterritoriales y multilingüísticas. Se estructuran menos desde las lógicas de los Estados que de los mercados; operan mediante la producción industrial de la cultura, la comunicación tecnológica (en donde lo audiovisual ocupa una situación de privilegio) y el consumo diferido y segmentado de los bienes. Ya la identidad no es únicamente la expresión de un ser colectivo, una idiosincracia y una comunidad imaginadas a partir de lo étnico y lo territorial: las culturas nacionales no se han extinguido, pero sí se están convirtiendo en una fórmula para designar la continuidad de una memoria histórica inestable, que se está construyendo en interacción con referentes culturales transnacionales. Entonces, de acuerdo con estas realidades, lo que debe cambiarse en los análisis sobre las identidades y las relaciones de sentido imperantes en una comunidad es la clásica definición socioespacial de identidad para darle paso a una definición sociocomunicacional que en gran parte debe centrarse en el rol que desempeñan los medios de comunicación y las formas de apropiación de la producción audiovisual imperante.[5]
Enciendo mi televisor fabricado en Japón y lo que veo es un film-mundo, producido en Hollywood, dirigido por un cineasta polaco con asistentes franceses, actores y actrices de diez nacionalidades, y escenas filmadas en los cuatro países que pusieron financiamiento para hacerlo. Las grandes empresas que nos suministran alimentos y ropa, nos hacen viajar y embotellarnos en autopistas idénticas en todo el planeta, fragmentan el proceso de producción fabricando cada parte de los bienes en los países en donde el costo es menor. Los objetos pierden la relación de fidelidad con los territorios originarios. La cultura es un proceso de ensamblado multinacional, una articulación flexible de partes, un montaje de rasgos que cualquier ciudadano de cualquier país, religión o ideología puede leer y usar .[6]
Teniendo en cuenta lo
esbozado hasta el momento, puede afirmarse que en la actualidad nos encontramos
en un nuevo escenario sociocultural internacional que tiene las siguientes
características:
- Un redimensionamiento de las instituciones y los circuitos de ejercicio de lo social: pérdida de peso de los organismos sociales y locales en beneficio de los conglomerados empresariales de alcance transnacional.
- La reelaboración de lo ‘propio’, debido al predominio de los bienes y mensajes procedentes de una economía y cultura globalizadas.
- La redefinición del sentido de pertenencia e identidad organizado cada vez menos por lealtades locales, sentido de pertenencia e identidad nacional, sino más bien por la participación en comunidades transnacionales y desterritorializadas de consumidores. (Por afinidades, gustos y patrones de consumo más que por una cercanía espacial: el vecino es aquel que me inoportuna, mientras que la persona que vive lejos, pero con la que me puedo comunicar vía Internet y que tiene los mismos intereses por determinado tipo de música o de preferencias me es más cercana).
- Se da el paso del ciudadano como representante de una opinión pública al ciudadano como consumidor interesado en disfrutar de una cierta calidad de vida. Esto va a la par con un proceso de redimensionamiento de la esfera pública como mosaico complejo de actividades ‘públicas’ relacionadas con los nuevos medios de comunicación de cobertura planetaria (Internet, comunicaciones por satélite, flujos de imágenes 24 horas al día, etc.).
Por: Rodolfo Wenger C.
[1] JAMESON, Fredric. El
postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona: Paidós, 1991, p. 18.
[3] GUATTARI, Félix. “Prácticas
ecosóficas y restauración de la ciudad subjetiva”. En: El constructivismo guattariano; un proyecto ético-estético para una era
post-media. Cali: Ed. Universidad del Valle, 1993, pp.207-227.
[5] GARCíA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos; conflictos multiculturales de la
globalización. México: Grijalbo, 1995, p.31. Hay que aclarar que para
este antropólogo argentino-mexicano, no existe una separación tajante entre las
identidades modernas y las postmodernas, porque la postmodernidad no es una
etapa distinta ni sustitutiva de la modernidad sino el desarrollo de ciertas
tendencias modernas que son reelaboradas de acuerdo con los conflictos
multiculturales de la globalización. La hibridación
define el carácter heterogéneo de una sociedad en donde se pueden amalgamar
expresiones tradicionales y modernas, de acuerdo con la lógica plural de la
postmodernidad. Vid. GARCÍA-CANCILINI,
Néstor. Culturas híbridas: estrategias
para entrar y salir de la modernidad.
México., Grijalbo, 1990. (en especial el capítulo VII: “Culturas híbridas,
poderes oblicuos”, pp. 263-327).
[6] GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y ciudadanos; conflictos
multiculturales de la globalización.
México. Grijalbo, 1995. (el
resaltado es nuestro).