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Capitalismo de ficción, transformaciones sociales y postmodernidad



Barbara Kruger. Sin título (Money can buy you love), collage, 19,5 x 17,5 cm, 1985.


En un libro titulado El advenimiento de la sociedad postindustial,[1] Daniel Bell en 1973 pronosticaba el surgimiento inminente de las sociedades postindustriales, las cuales presuponían no sólo un cambio de infraestructura, sino una metamorfosis de toda la estructura social.  Esta transformación se manifestaba según él en los siguientes cinco cambios, los cuales con el tiempo se han hecho evidentes:

  • Cambio de una economía productora de mercancías a una productora de servicios.
  • Una nueva distribución ocupacional: la preeminencia de las clases profesionales y técnicas, acompañada de la paulatina desaparición del proletariado (la clase obrera industrial).
  • Centralidad del desarrollo teórico y del conocimiento como fuente de innovación y formulación política de la sociedad. 
  • El control de la tecnología y de las contribuciones tecnológicas como prospectiva del futuro.
  • La toma de decisiones se establecen de acuerdo con una nueva ‘tecnología intelectual’ asumida por élites tecnológico-económicas.

Las argumentaciones de Bell se basaban en el hecho de que la sociedad en su conjunto estaba en camino de un gran cambio histórico en el que las relaciones sociales (que se asentaban en la propiedad), las estructuras de poder existentes (centradas en élites reducidas) y la cultura burguesa (centrada en la represión y en la renuncia a la gratificación ) se estaban deteriorando rápidamente como consecuencia del acelerado avance de la ciencia y la tecnología, pero también debido a causas culturales. 

Según los puntos de vista de Daniel Bell la sociedad en general se podía dividir en tres grandes ámbitos (a la manera del sociólogo T. Parsons): la estructura social, la política y la cultura. La estructura social comprendería la economía, la tecnología y el sistema de trabajo. La política regularía la distribución del poder. La cultura el dominio del simbolismo expresivo y de los significados.

Sin embargo, algo ha ido cambiado irremediablemente desde hace algunas décadas en las maneras de producir y por consiguiente en las relaciones de poder. Consideramos que se trata fundamentalmente de un cambio en las formas de producción del capitalismo que han estado acompañadas de una reconfiguración de las estrategias de poder y que nos acercan a lo que Deleuze llama las sociedades de control

Según Deleuze, el capitalismo del siglo XIX era de concentración de la producción y de la propiedad, por lo tanto, erige la fábrica como lugar de encierro, el capitalista siendo propietario de los medios de producción, pero también eventualmente propietario de otros medios concebidos por analogía (la casa familiar del obrero, la escuela, etc.); en cuanto al mercado, era conquistado tanto por la especialización como por la colonización o la reducción de los costos de producción. En la situación actual esto ha cambiado: el capitalismo no se centra en la producción- la cual es relegada en muchas ocasiones a la periferia del Tercer Mundo, incluso en el caso de las formas complejas de las industrias textiles, metalúrgicas o del petróleo- Se trata ahora de un capitalismo de superproducción, que no se centra principalmente en vender materias primas ni productos acabados sino comprar los productos ya hechos o ensamblar piezas ya prefabricadas. Lo que quiere vender son servicios y lo que quiere comprar son acciones. Ya no se trata de un capitalismo para la producción, sino para el producto, es decir, para la venta o para el mercado. También es fundamentalmente dispersivo, por lo cual la fábrica cede su lugar a la empresa. La familia, la escuela, el ejército, la fábrica ya no son los medios analógicos que convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras codificadas, deformables y transformables, de una misma empresa que no tiene más que empresarios y gestores...Las conquistas de mercado se hacen por medio de la toma de control y no por formación de disciplina; por definición de cotizaciones más que por disminución de costos; por transformación de productos más que por especialización en la producción...el servicio de venta se ha convertido en el centro o ‘alma’ de la empresa. “Nos hacen saber que las empresas poseen un alma, lo cual es la noticia más aterradora del mundo. El marketing es actualmente el instrumento de control social y de formación de la raza desvergonzada de nuestros patronos... El hombre ya no es el hombre encerrado, sino el hombre endeudado”.[2]
Mencionamos lo anterior porque no queremos ser ingenuos al hablar de sociedad postindustrial o de postmodernidad, en tanto que no se trata de un proceso emancipador en sí mismo, como muchas veces se hace creer, sino que vehicula otras estrategias de poder que necesitan ser develadas si se quiere abordarlas con cierto sentido crítico.

Teniendo en cuenta esto y sin hacer una presentación de las diversas maneras de asumir la postmodernidad, v.gr., si se trata en términos generales de la crisis de los metarrelatos,[3] si posee esencialmente un estatuto teórico o filosófico pero no tiene concreción en la realidad, si es una característica exclusiva de las llamadas sociedades avanzadas que se encuentran en una etapa de postindustrialización -en especial de los países de la llamada tríada: Estados Unidos, Europa y Japón-, o se trata más bien de una exacerbación de la misma modernidad, etc., vamos a asumir que se trata de una condición de nuestra actualidad ligada a una reconfiguración de las formas de producción capitalistas que tiene repercusiones en el sistema internacional en su conjunto y en la manera en que los individuos se relacionan con su entorno laboral, existencial, cultural, etc.. 


Lo que nos interesa aquí destacar son las incidencias que esto tiene en el arte y la cultura, porque la postmodernidad implica el pleno acceso del arte al mundo de la producción de bienes de consumo y mercancías. Según Fredric Jameson: “La postmodernidad es la forma cultural del actual capitalismo tardío, del mismo modo que el realismo fue la forma artística privilegiada del primer estadio del desarrollo industrial capitalista y el arte moderno correspondió al momento económico del imperialismo y del capitalismo monopólico”.[4]  Esto hay que entenderlo en tanto: la relación con la economía es un elemento fundamental en el objeto cultural que se debe analizar; no sólo en el sentido de los procesos económicos que rodean el objeto cultural, sino también en el de los procesos psíquicos que intervienen en su producción y recepción. La postmodernidad tiene una estrecha relación con la estética, pero no en el sentido de una  teoría estética sino que implica el pleno acceso del arte y la cultura al mundo de la producción de bienes de consumo:
Lo que ha sucedido es que en nuestros días la producción estética se ha integrado a la producción general de bienes: la frenética urgencia económica por producir nuevas líneas de productos de apariencia cada vez más novedosa (desde ropa hasta aviones) a ritmos de renovación cada vez más rápidos, le asigna ahora una función y una posición estructurales esenciales cada vez mayores a la innovación y la experimentación estéticas...[5]
Lo importante a resaltar es que según estos argumentos existe una integración plena entre economía y cultura, lo cual ya había sido resaltado por Adorno y la Escuela de Fráncfort  aunque de manera distinta porque para Adorno la mercantilización del arte señaló la abolición definitiva de toda perspectiva autónoma desde la que criticar las formas dominantes del desarrollo económico. En cambio para Jameson, en el momento en que la producción cultural está totalmente integrada en la producción económica, se abre la posibilidad de una política cultural que participe de una manera fundamental en la economía.

Según este punto de vista la tecnología es el resultado del desarrollo capitalista y no una causa primera en sentido estricto, por ello es importante distinguir diversas etapas de la revolución tecnológica dentro del capitalismo:
La producción mecánica de motores de vapor desde 1848; la producción mecánica de motores eléctricos y de combustión desde la última década del siglo XIX; y la producción mecánica de ingenios electrónicos y nucleares desde la década de los años cuarenta del siglo XX: tales son las tres revoluciones generalizadas de la tecnología engendradas por el modo de producción capitalista a partir de la revolución industrial ‘originaria’ de finales del siglo XVIII. [6]
Entonces, de acuerdo con esto último, el capitalismo ha conocido tres momentos fundamentales: el capitalismo mercantil, la fase del monopolio o etapa imperialista, y la actual etapa llamada postindustrial, que debería llamarse más bien: fase del capital multinacional. Estas tres etapas encuentran su correspondencia con las tres fases de periodización cultural que propone Jameson, que son en su orden: realismo, modernismo y postmodernismo. 

De manera más reciente, Vicente Verdú presenta otro tipo de periodización que iría en la misma vía de caracterizar las transformaciones del capitalismo tal como la hemos venido presentando pero teniendo en cuanta las sutiles mutaciones de las dos últimas décadas. Según Verdú hoy en día nos encontramos ahora más que en un capitalismo de consumo, en un capitalismo de ficción. Surgido desde comienzos de los años noventa este tipo de capitalismo se caracterizaría por hacer énfasis en la teatralización de las personas, a la vez que busca proporcionar predominantemente sensaciones y bienestar psíquico a diferencia de las dos formas de capitalismo anteriores: el de producción y el de consumo, los cuales se centraron más en proporcionar bienestar material a través del abastecimiento de artículos y servicios. 

Lo que identifica de manera más acertada al capitalismo de ficción es que funciona creando una segunda realidad, una realidad de ficción con la apariencia de una realidad mejorada, purificada, puerilizada:
Esta segunda realidad gestada como un doble es la última prestación del sistema, tan definitiva que el mismo capitalismo desaparece como organización social y económica concreta para transformarse en civilización y se esfuma como artefacto de explotación para convertirse en mundo a secas. ¿El mejor de los mundos? Todo cuanto pueda ser mejor se encuentra incluido en sus potencialidades globalizadas, absorbentes, porque incluso la aventura extrema, la cara de la Revolución o el terrorismo, son asumidos como estímulos de su espectáculo.[7]
 
Sandy Skoglund. Revenge of the goldfish, fotografía, 1981.

 
Lo que pretende el capitalismo de ficción es hacerse querer, a la vez que su ambición es simularlo todo. Aspira a operar como un cosmos para producirlo o re-producirlo todo.  Con ello el capitalismo ha dejado de ser esto o aquello para serlo casi todo a la vez y su naturaleza ha ido volviéndose tan soberbia que ha sumido el rostro de la fatalidad.
 
Mientras en el capitalismo de producción y consumo se hacía efectiva la denuncia contra la alienación, en el capitalismo de ficción la alienación está alienada y nuestras expectativas, nuestra cultura, se encuentran ligadas al capital. Hace cincuenta años el sistema capitalista constituía, para gran parte de la izquierda, un nefando enemigo a batir. Ahora casi nadie en este mundo envejecido se halla en condiciones de guerrear porque el capitalismo, a fuerza de reproducirse, se ha convertido en el gen primordial de lo político, de lo económico o de lo social, y cada uno corre, disgregado, en busca de su progreso particular.[8]



Por: Rodolfo Wenger C.




[1] Cfr. BELL, Daniel. El advenimiento de la sociedad postindustrial. Madrid, Alianza, 1976.
[2] Cfr.DELEUZE, Gilles. “Post-scriptum sur les societés de contrôle” en Pourparlers 1972-1990. París, Les Éditions de Minuit, 1990, pp. 245-246.
[3] Un texto ya clásico para abordar el estatuto del saber en las sociedades más desarrolladas y su incredulidad frente a los metarrelatos como condición ‘postmoderna’ es: LYOTARD, Jean-François. La condición postmoderna. Madrid, Cátedra, 1989.
[4] JAMESON, Fredric. La estética geopolítica. Cine y espacio en el sistema mundial. Barcelona, Paidós, 1995. p.15. (el prólogo de este libro, pp. 11-19, es escrito por Colin MacCabe, quien hace un resumen de los principales planteamientos y los supuestos teóricos del crítico cultural Fredric Jameson).
[5] JAMESON, Fredric. El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona, Paidós, 1991. p. 18.
[6] Ibid. p. 80. Apud. MANDEL, Ernest. Late Capitalism. (trad. cast.: El capitalismo tardío. México, Era, 1972. p.18).
[7] VERDÚ, Vicente. El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción. Barcelona: Anagrama, 2003, p.11.
[8] Ibid. p. 280.





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