(Escrito de colaborador)
Siempre se ha resaltado de Barranquilla, a nivel cultural, su grandioso potencial. Sin embargo, su ciudadanía prepondera sus fiestas carnestoléndicas (seleccionadas por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad) como bandera y eje de la riqueza cultural de la ciudad por encima de cualquier otra manifestación artística y cultural, llegando a tal extremo de eclipsarlas casi completamente.
Imagen del Carnaval de Barranquilla |
Si la cultura es vista como aquello que produce la sociedad con la naturaleza y consigo misma en un constante devenir, y que es perceptible desde el espacio de la cotidianidad hasta las distintas manifestaciones y prácticas artísticas; y si tenemos en cuenta el tiempo escaso de 4 días en el que tienen lugar las carnestolendas, resulta interesante cuestionarse ¿Cómo la cultura y el arte de una sociedad, bajo la mirada de la misma, se ven reducidas y eclipsadas a tal punto de ignorar lo que acontece en los otros 361 días del año?
En el campo del arte, uno de los tantos elementos que no escapa a tal circunscripción es lo que suele nominarse como la obra en espacio público. En relación a esto, en Barranquilla podemos encontrar una serie de aspectos característicos que resumen en forma generalizada lo que apreciamos en la totalidad de obras emplazadas en el espacio público, salvo algunas excepciones. En primer lugar, podemos señalar la lógica de monumento que siguen estas esculturas. Esto se ve reflejado formalmente en un obligado uso del pedestal, en un distanciamiento físico con el mismo espacio de emplazamiento que conlleva a una mirada siempre contemplativa y pasiva. En segundo lugar, también podemos enunciar los temas tratados (de homenaje a héroes y próceres), que simplemente recrean una galería ciudadana de representaciones a personajes famosos. Luego, como tercera y última cualidad general, podemos formular el gusto figurativo, extendido y aplicado por doquier. Por traer a colación algunos ejemplos, podemos mencionar el Monumento a la bandera (ubicado en frente del Coliseo cubierto Humberto Perea),
Monumento a los enamorados (ubicado en el parque homónimo de la calle Murillo con carrera 41),
Monumento a los enamorados |
Sagrado corazón de Jesús (en parque homónimo, ubicado en la carrera 42e con calle 79), Monumento a la Cumbia (en “7 bocas”, carrera 41 con calle 64),
Monumento a la Cumbia |
María Mulata (bulevar de la carrera 51 con calle 79),
María Mulata |
y una serie de estatuas de personajes célebres homenajeados como Simón Bolívar (en el Paseo de Bolívar), George Washington (en parque homónimo, en la carrera 54 con calle 80), Esthercita Forero (bulevar de la carrera 43 con calle 74), Joe Arroyo (Parque de los músicos, en la carrera 46 con calle 72).
Estatua ecuestre de Simón Bolívar en el Paseo Bolívar de Barranquilla |
Estatua de Esthercita Forero |
Estatua de Joe Arroyo |
Conociendo esto, es factible inducir la única función y uso para el cual es destinada este tipo de práctica artística: siempre con un carácter de monumento y homenaje. Se obedece a una lógica tan obvia que sigue la ordenanza más simple para crear imaginario visual de ciudad, a través de la distinción a personajes, que, de por sí, independiente de sus esculturas, ya crearon ese imaginario. Es una forma de asimilar la obra en espacio público que remite a la escultura al servicio de: al servicio de la política, al servicio de la historia, al servicio de los músicos, etc. Encontramos en la ciudad una escultura que está al servicio de todos pero que no sirve a sí misma. Algo que conlleva que, a principios de la segunda década del siglo XXI, asistamos a un uso de la escultura que resulta redundante. ¿Desde cuándo Esthercita Forero y el Joe Arroyo necesitaron una copia tridimensional para ratificar el imaginario cultural que, mucho antes de la puesta en público de sus esculturas, ya habían creado? Hay algo que sobra.
Existe un sin número de razones para explicar el por qué del contexto, entre las que hay razones políticas, económicas, sociales y educativas. Me animaré a mencionar, en este caso, la que me parece no la más importante, sino la más interesante; y es que existe un contexto social que respalda este tipo de propuestas, y que tiene que ver también con la educación. Interesante es que haya en Barranquilla un gusto general por la figuración, aceptada y validada por la gente. Pero bajo este mismo supuesto se puede señalar la ausencia de obras escultóricas en el espacio público que no conciben la figuración tradicional en sus procesos creativos, y que por ende no han tenido la oportunidad de ser interpretadas, analizadas, cuestionadas, aceptadas o repudiadas por la ciudadanía; como índice de los límites estéticos y artísticos establecidos ya sea por las administraciones, por los ciudadanos comunes, por las escuelas, por los artistas.
La espera por el reflejo de teorías como las de Rosalind Krauss y José Luis Brea en este espacio específico se hace cada vez más larga. Y será aun más larga si tenemos en cuenta que, en Barranquilla, ni siquiera el Balzac de Rodin no ha podido bajarse de su nuevo pedestal de tres metros de alto; hasta la Columna sin fin de Brancusi encuentra su fin en un paralelepípedo obligado y las enormes placas de Richard Serra son en homenaje a fulanos. No obstante, se hace necesaria la presencia de otro tipo de propuestas que promuevan una ampliación del imaginario colectivo de la sociedad local y su percepción del espacio público: obras que la involucren como el agente participativo que debería ser, que desfase la visión contemplativa, gratuita y pasiva por una activa, interesada y problematizada, que tenga relación con el lugar y el contexto real que la cultura y la condición social mantienen.
Barranquilla es una ciudad que hace tiempo perdió lugares de común encuentro como son las plazas, plazoletas y parques; a pesar de que recientemente ha adquirido la conciencia para comenzar a recuperarlos. Tal vez por eso la aparición de este tipo de obras que promueven el común encuentro y la incentivación a nuevas miradas del tipo que hemos descrito, se desarrollen. Pero más aun debería sorprendernos la sobrepoblación de esculturas tradicionalmente destinadas a estos espacios (plazas, plazoletas, parques), cuando en realidad son tan pocos. Sin embargo, aunque la ciudad necesita de este tipo de espacios de encuentro, las obras de las que carece no obedecen a una ubicación y emplazamiento específico, por lo que no dependen de la abundancia o falta de dichos espacios. Existe una carencia total de señalamientos, instalaciones, intervenciones, por mencionar algunas pocas de las modalidades que pueden hacerse visible en el espacio público que funcionarían como la herramienta perfecta para trabajar la percepción colectiva para con el imaginario artístico y disminuir la brecha que mantiene al sistema del arte local en un destierro inconsciente de los citadinos.
De este modo, se hace pertinente el común acuerdo entre el personal necesario y los personajes aptos y cualificados para la construcción de políticas artísticas de creación y asimilación del espacio público, que incluya desde miradas mucho más abiertas a los procesos de creación hasta el incentivo de una conciencia social. Unas estrategias que favorezcan la creación en el espacio a partir del lugar y que mantenga relaciones constantes con el mismo por encima de la imposición del busto del caudillo sobre el imponente, inmutable e impertérrito pedestal; y que a su vez, sean los artistas, quienes puedan potenciar la debida apropiación que el espacio público acarrea.
Existe un sin número de razones para explicar el por qué del contexto, entre las que hay razones políticas, económicas, sociales y educativas. Me animaré a mencionar, en este caso, la que me parece no la más importante, sino la más interesante; y es que existe un contexto social que respalda este tipo de propuestas, y que tiene que ver también con la educación. Interesante es que haya en Barranquilla un gusto general por la figuración, aceptada y validada por la gente. Pero bajo este mismo supuesto se puede señalar la ausencia de obras escultóricas en el espacio público que no conciben la figuración tradicional en sus procesos creativos, y que por ende no han tenido la oportunidad de ser interpretadas, analizadas, cuestionadas, aceptadas o repudiadas por la ciudadanía; como índice de los límites estéticos y artísticos establecidos ya sea por las administraciones, por los ciudadanos comunes, por las escuelas, por los artistas.
La espera por el reflejo de teorías como las de Rosalind Krauss y José Luis Brea en este espacio específico se hace cada vez más larga. Y será aun más larga si tenemos en cuenta que, en Barranquilla, ni siquiera el Balzac de Rodin no ha podido bajarse de su nuevo pedestal de tres metros de alto; hasta la Columna sin fin de Brancusi encuentra su fin en un paralelepípedo obligado y las enormes placas de Richard Serra son en homenaje a fulanos. No obstante, se hace necesaria la presencia de otro tipo de propuestas que promuevan una ampliación del imaginario colectivo de la sociedad local y su percepción del espacio público: obras que la involucren como el agente participativo que debería ser, que desfase la visión contemplativa, gratuita y pasiva por una activa, interesada y problematizada, que tenga relación con el lugar y el contexto real que la cultura y la condición social mantienen.
Barranquilla es una ciudad que hace tiempo perdió lugares de común encuentro como son las plazas, plazoletas y parques; a pesar de que recientemente ha adquirido la conciencia para comenzar a recuperarlos. Tal vez por eso la aparición de este tipo de obras que promueven el común encuentro y la incentivación a nuevas miradas del tipo que hemos descrito, se desarrollen. Pero más aun debería sorprendernos la sobrepoblación de esculturas tradicionalmente destinadas a estos espacios (plazas, plazoletas, parques), cuando en realidad son tan pocos. Sin embargo, aunque la ciudad necesita de este tipo de espacios de encuentro, las obras de las que carece no obedecen a una ubicación y emplazamiento específico, por lo que no dependen de la abundancia o falta de dichos espacios. Existe una carencia total de señalamientos, instalaciones, intervenciones, por mencionar algunas pocas de las modalidades que pueden hacerse visible en el espacio público que funcionarían como la herramienta perfecta para trabajar la percepción colectiva para con el imaginario artístico y disminuir la brecha que mantiene al sistema del arte local en un destierro inconsciente de los citadinos.
De este modo, se hace pertinente el común acuerdo entre el personal necesario y los personajes aptos y cualificados para la construcción de políticas artísticas de creación y asimilación del espacio público, que incluya desde miradas mucho más abiertas a los procesos de creación hasta el incentivo de una conciencia social. Unas estrategias que favorezcan la creación en el espacio a partir del lugar y que mantenga relaciones constantes con el mismo por encima de la imposición del busto del caudillo sobre el imponente, inmutable e impertérrito pedestal; y que a su vez, sean los artistas, quienes puedan potenciar la debida apropiación que el espacio público acarrea.
Dylan
Altamiranda.
Estudiante
de Artes Plásticas
Universidad
del Atlántico
(Escrito presentado en la asignatura Teoría y crítica de arte del Programa de Artes Plásticas de la Universidad del Atlántico. 2o semestre 2012. Profesor: Rodolfo Wenger C.)