Alejandro Obregón (1920-1992) |
Asumir la geografía como aventura pictórica. Hacer del espacio del cuadro un lugar donde pueda adquirir coexistencia lo mítico, lo simbólico y lo cultural junto con la fuerza de la geografía de un territorio, de un lugar, fue la gran apuesta artística de Obregón.
Según palabras de la crítica argentina Marta Traba su hazaña fue en lo fundamental la de: “acometer en plena mitad del siglo XX, la fabulosa tarea pictórica de ‘narrar’ la atmósfera física de un país a través de la oposición mar-cordillera, y de sus faunas y floras características. En esta descripción pudo haber actuado como un mero realista, como un lamentable folklorista como un provinciano exaltado: nunca cayó en esos fatales errores de visión”. (Cfr. Marta Traba. Museo de Arte Moderno de Bogotá y Planeta Colombiana Editorial S.A., Bogotá, 1984).
Como posible explicación de esta apuesta artística podrían mencionarse numerosos datos biográficos que pueden confirmar su entusiasmo, su embelesamiento con la naturaleza exuberante de Colombia. Con esto acudiríamos a argumentos relacionados con la ‘psicogeografía’, término acuñado por los artistas situacionistas para comprender los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento.
Un ejemplo de esta línea de análisis puede ser el testimonio que dio Obregón en una entrevista al referirse a la experiencia que tuvo muy joven -a la edad de 19 años- cuando trabajó como conductor de camión e intérprete en las recién abiertas petroleras del Catatumbo, lo que constituyó un gran estímulo para su carrera de pintor, pues la selva y su mundo, el de los motilones, lo embelesaron. Según recordaría más tarde, el lugar estaba poblado de "abismos de cuatro kilómetros llenos de magia y misterio; los motilones ¡Carajo, eso pone a pintar a cualquiera!” (Alejandro Obregón en entrevista con Fausto Panesso. En: PANESSO, Fausto. Los intocables. Bogotá: Ediciones Alcaraván. 1975. pág. 85).
En la misma entrevista Obregón, relata su encuentro con la tórrida naturaleza del trópico en su niñez:
¡Me enloquecí! ¡Era la libertad! (…) Con mi padre salíamos los domingos, río adentro, nos perdíamos por los caños, los manglares a matar caimanes con un máuser que sonaba como un trueno (…) Recuerdo que un día mi padre hiere al caimán y el caimán se bota al agua herido, y este hombre inmenso, que era mi niñero, se lanza a esta agua sucia del Magdalena, se hunde tras él y lo mata a machete…Era una vida violenta, tremenda. (Idem. p. 16).
Si nos quisiéramos referir al primer tercio de su vida, podríamos decir que Alejandro Obregón nació el 4 de junio de 1920 en Barcelona, y que a los seis años se radica con sus padres en Barranquilla. En 1929 se reinstala con su familia en Barcelona. Estudia secundaria en el Stony Hurst College, en Liverpool, Inglaterra (1930-34), y en Boston, Massachusetts, Estados Unidos (1934-36). De regreso a los Estados Unidos, frecuenta la Escuela de Arte del Museo de Boston (1939-40). Reside en Barcelona, de 1940 a 1944 en calidad de Vicecónsul de Colombia. Allí asiste en 1942 en la academia de La Llotja y luego a los cursos libres de dibujo y pintura en el Círculo Artístico, hasta que decide proseguir por su cuenta su formación artística. A los 24 años de edad (1944), regresa a Colombia y enseña en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. En 1945 presenta su primera exposición individual en la Biblioteca Nacional de Bogotá. Un año más tarde se instala en Barranquilla, luego de renunciar a su cargo en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá.
De esta forma podríamos seguir enumerando sus datos biográficos relacionados con las experiencias adquiridas a través de sus constantes viajes y su contacto directo con culturas diversas –de alguna manera, ya por nosotros conocidos. Lo que cabe resaltar es que esta errancia siempre estuvo unida a una pasión por un país como Colombia que se caracteriza por moverse en los extremos más abismales de lo geográfico, lo social y lo cultural, regido por una lógica del absurdo, y que le ocasiona emociones encontradas que lo llevan a dotar sus trabajos de intensidad emotiva y le imprimen a su pintura un significado casi religioso. (Cfr. JARAMILLO, Carmen María. “Obregón en contexto”. En: JARAMILLO, Carmen María. Alejandro Obregón, el mago del Caribe. Bogotá: Asociación del Museo Nacional, 2001. págs. XVII-XVIII).
En su cuadro más famoso, Violencia (1962), Premio Nacional de Pintura en el XV Salón Nacional de Artistas Colombianos, el cuerpo de una mujer embarazada, muerta y sin brazos, se funde con el paisaje de tonos grises y oscuridades lúgubres en una lenta inmersión hacia las tinieblas silenciosas de lo absurdo de una tragedia sin fin. Se trata de un cuadro de gran capacidad de síntesis por su profunda carga simbólica, producto de la madurez artística y de su plenitud creativa.
OBREGÓN, Alejandro. Violencia, 1962. (Óleo sobre lienzo 200 x 170 cm.)
Si se cubre el rostro de la mujer, surge un paisaje del Quindío o del Tolima, zonas donde la violencia partidista del momento había alcanzado una de sus cuotas más dramáticamente altas, tal como el mismo Obregón lo expresó: “La relación entre el cuerpo de la mujer y el paisaje como escenario de Violencia surgió de una asociación que se realiza en México, donde existe un volcán con nombre de mujer desnuda. Es una cordillera que sugiere formas yacentes. De la misma manera 'Violencia' podría asimilarse a una mujer asesinada que asemeja la cordillera del Quindío.” (“Alejandro Obregón habla de su pintura” Entrevista con Javier Auqué Lara. El Tiempo, Bogotá domingo 29 de julio de 1962. Primera página).
En su obra la noción de naturaleza va más allá de lo que se percibe a simple vista. A la manera de la propuesta de Cézanne, se busca la fuerza, la potencia y el principio geofísico de la naturaleza. De esta manera todos los objetos de inspiración tomaron una dimensión simbólica. Así su pintura puede hablar del Caribe o de los Andes, pero también pueden ser objeto de las más diversas lecturas. Los toros, las barracudas, los cóndores - uno de sus símbolos más recurrentes- pueden aludir a la fauna americana, a la vez que a una geografía que reúne diferentes tiempos y expresiones culturales.
El aporte de Obregón a la concepción del paisaje en el arte también está ligada a varios aspectos entre los que cabe mencionar los siguientes: la presentación de una visión más rica y matizada del trópico; la transformación de la naturaleza en un espacio para la gestualidad pictórica y la expresión de emociones; el replanteamiento de la interdependencia entre la naturaleza, la cultura y los aspectos sociales y políticos y ya no como mera contemplación o satisfacción estética por sí misma.
Puede afirmarse –por consiguiente- que Obregón logró una visión inédita del paisaje, porque pasó de una visión contemplativa de la naturaleza, que había prevalecido en el arte colombiano hasta incluso la primera mitad del siglo XX, para construir una nueva relación del paisaje con la cultura.
Por: Rodolfo Wenger C.