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El arte en un mundo cada vez más interconectado

Uno de los rasgos más destacados en la producción artística internacional actual es la interconexión, los cruces, mezclas y fusiones entre las diferentes especialidades artísticas. Esto, en algunos casos, se encuentra ligado al uso sistemático de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, para producir la integración de diversos soportes sensibles. Esta tendencia a la hibridación, al mestizaje expresivo, al desbordamiento de las fronteras entre los distintos "géneros" y disciplinas artísticos, tiene su correlato en un plano antropológico en las dinámicas desterritorializadoras de la globalización, porque se está pasando de una situación de predominio de la tradición cultural de Occidente a la proyección de una cultura mundial crecientemente plural, a una globalización planetaria de la cultura en la que, una vez más, el lenguaje y la expansión de la técnica actúan como fenómenos desencadenantes. 
(Imagen de videoinstalación de Nam June Paik)
En un mundo cada vez más tecnificado, en el cual se impone el dominio de un pensamiento único, globalizado, de acuerdo con poderosos intereses económicos y políticos, el arte y la dimensión estética pueden constituir un ámbito de resistencia creativa, porque en el arte podemos constatar la tensión entre lo existente y su imagen, con él se crean mundos posibles, universos imaginarios que le dan sentido a la existencia. El arte parte de lo que hay, de la experiencia sensible, de lo existente, pero va más allá, cuestionándolo y cuestionándose a sí mismo. El arte da “visibilidad”, permite ver el mundo con otros ojos, y al verlo con otros ojos posibilita su transformación.
Para abordar filosóficamente lo que este complejo fenómeno supone es preciso comprender, de entrada, que en nuestro tiempo se vive una transformación revolucionaria de las relaciones entre lo público y lo privado. La tradición de la cultura moderna fijaba uno de sus puntos distintivos en una separación tajante entre lo público y lo privado. La religión, el cimiento ideológico más importante de la esfera pública en la sociedad pre-moderna, quedó relegada en los tiempos modernos a la esfera privada de la consciencia individual.
Las funciones sociales del arte moderno se articularon según una estructura semejante. Las obras o productos artísticos se convirtieron en el signo público de esa estructura, formando una cadena comercial entre individuos: productores y consumidores. Sin embargo, la formación de las culturas de masas en el siglo XX y la hiperestetización de la vida como efecto de la tecnología, han ido produciendo un denso solapamiento e incluso confusión entre ambos planos, entre lo público y lo privado. Ahora nos encontramos inmersos en una diluida “condición postmoderna”, en donde prima la “universalización del consumo”. En sociedades donde "el derecho a consumir" (independientemente de las necesidades y posibilidades materiales) constituye el punto de referencia. 
(Imágenes de trabajos artísticos de Barbara Kruger)
Pero se trata de un consumo público, y no privado. La relación individual entre productor (artista) y consumidor (cliente) ha desaparecido para dejar paso a una relación abstracta, configurada con las características capitalistas de la mercancía, en la que ambos experimentan su integración en canales públicos. Las instituciones que presentan y transmiten a la gente las obras y productos de los artistas: museos, grandes exposiciones, galerías, ferias..., forman parte de un tejido global configurado a través de las estructuras comunicativas y mercantiles de la cultura de masas. Es un proceso que se consolida en torno a los años sesenta y supone la aparición de toda una serie de canales mediáticos específicos del mundo artístico. Las galerías, revistas o publicaciones especializadas, y ferias forman un entramado donde se produce la contextualización comunicativa y mercantil de las obras, que en última instancia será definitivamente legitimada por las grandes exposiciones y los museos. Aunque en América Latina este proceso se dio de manera incipiente, comparado con el proceso equivalente en Europa y Estados Unidos, tuvo importantes repercusiones en la manera como las grandes mayorías asumieron el arte.
El arte en este proceso de “masificación” no muere, no desaparece. Pero queda "digerido" en ese inmenso aparato digestivo de la cultura de masas. Como un efecto de esa degradación está la existencia y ampliación de un universo de "mediadores", de "profesionales del arte". Lo que podría constituir un importante elemento en la extensión social, educativa, del arte deriva en muchas ocasiones, en cambio, hacia la mera mundanidad y agitación propagandística.
Las formas de manifestación estética de los seres humanos van más allá de este escenario, y en muchos casos desbordan los cortocircuitos de los intereses materiales que intentan instrumentalizar los procesos de creación. Y precisamente lo que las estéticas contemporáneas muestran, con su imagen compleja y abigarrada, es la vitalidad del arte en una situación convulsiva, producida por el cambio profundo de las condiciones culturales en que se había venido desarrollando. "Rasgos estéticos diferenciadores como la pluralidad de la representación, la movilidad, el desasosiego, la desacralización y la introspección, han caracterizado intensamente el decurso de las artes a lo largo de todo el siglo veinte. Esos aspectos han mantenido vivas, actualizándolas y acomodándolas a la nueva situación, las exigencias de inventiva y compromiso moral del arte. De ese modo, yendo una y otra vez más allá de sí mismo, el arte mantiene a comienzos del siglo XXI su fuerza, su vitalidad, en un mundo cambiante, característico de la condición humana". (Cfr. JIMENEZ, José. Teoría del arte. Madrid: Tecnos/Grupo Anaya, 2002: 231-239).


Por Rodolfo Wenger C.

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