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La ‘estetización’ del mundo contemporáneo


(Magdalena Abakanovicz, Multitud, 1986-1987. Arpillera y resina; 19 figuras de 170 x 530 x 40 cm -cada una)
En la actualidad cabe hacer referencia a un rasgo de identificación ligado a las transformaciones de nuestro tiempo que ha sido descrito como una "estetización" del mundo contemporáneo.[1] Sea cual sea el pronunciamiento que sobre el acontecimiento de este fenómeno lleguemos a hacer, parece inevitable remitir su origen a la expansión de las industrias audiovisuales massmediáticas y a la iconización exhaustiva del mundo contemporáneo ligada a la progresión de las industrias de la imagen, el diseño o la publicidad.

La referencia a la "estetización de las sociedades actuales" designa en efecto el tránsito de rasgos de la experiencia estética a la experiencia extra-estética, al mundo de vida, a aquella que es definida sin más como la realidad, contrapuesta de esta manera al mundo de la belleza y el arte.

La posición más extrema en cuanto a esta problemática considera que ese proceso de "estetización" está ya plenamente cumplido dando por hecho entonces que "el propio modelo de experiencia está caracterizado estéticamente", e incluso que "la propia realidad en sus estructuras profundas se convierte en múltiple juego estético", corroborando de esa forma las tesis de Vattimo de una ontologización débil de nuestro presente epocal. Del como citando al Nietzsche del crepúsculo de los ídolos, el mundo verdadero se va convirtiendo en fábula.[2]

No sería sólo entonces que de experimentar lo real sería una forma debilitada una forma estetizada, ficcional, narrativizada sino que lo real mismo se daría para el hombre contemporáneo bajo la prefiguración de unas estructuras ontológicas débiles, difusas. Que el ser mismo, en efecto, se daría en términos de plasticidad, dúctiles, sin imponérsenos en forma alguna. Lo real mismo no sería sino la cristalización de las interpretaciones, y cualquier concepción fuerte del ser -como algo que desde la exterioridad se impone al sujeto- quedaría bajo esa perspectiva en nuestro tiempo fuera de lugar:

Realidad, para nosotros, es más bien el resultado del entrecruzarse, del ‘contaminarse’ (en el sentido latino) de las múltiples imágenes, interpretaciones y reconstrucciones que compiten entre sí, o que, de cualquier manera, sin coordinación ‘central’ alguna distribuyen los media (…) Occidente vive una situación explosiva, una pluralización que parece irrefrenable y que torna imposible concebir el mundo y la historia según puntos de vista unitarios.[3]

Este mundo "estetizado" y débilmente definido, carente de consistencia alguna en la que asentar algún principio firme de valoración de las prácticas tanto estéticas como éticas, y aún especulativas es el mundo postmoderno, el mundo de la posthistoria, un mundo en el que el hombre habría perdido ya cualquier posibilidad de establecer su propio proyecto por encima de la determinación del complejo de la tecnociencia, en el que la engañosa seducción del "todo vale" habría arrojado al hombre a los brazos inclementes de la única determinación cuyo potencial se mantendría intacto: el de la propia racionalidad instrumental del tejido económico-productivo.



Por: Rodolfo Wenger C.


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[1] Cfr. BREA, José Luis. “La estetización difusa de las sociedades actuales y la muerte tecnológica del arte”. En: http://aleph-arts.org/pens/estetiz.html

[2] Vid. NIETZSCHE, Friedrich. Crepúsculo de los ídolos. Madrid: Alianza, 1984. pp.51-52.

[3] VATTIMO, Gianni. “Postmoderno: ¿una sociedad transparente?, en: La sociedad transparente. Barcelona: Paidós, 1990. p.81.

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