(Theodor W. Adorno) |
El pensamiento estético del filósofo T. W. Adorno (1903-1969) no conforma una parte aislada, un subconjunto teórico –si se quiere- relacionado con un sistema filosófico más general como es el caso de la filosofía estética de Kant o Hegel. No es así, porque, por un lado, no hay en Adorno un sistema ni una búsqueda de una visión sistemática y total del mundo, sino más bien una filosofía de fragmentos aislados, de visión caleidoscópica que se opone de manera decidida a la mentalidad ‘sistemática’ y a toda dialéctica ‘positiva’, por considerar que la idea de totalidad y sistema encierran peligro y falsedad al ser cercanas a los ideales totalitarios. Y por otro lado, porque para el tema que nos concierne es determinante resaltar el enfoque fundamentalmente estético de este filósofo dada su notable formación musical, desde muy temprana edad, unida a un interés permanente, a lo largo de toda su vida, por el arte y la música.
Adorno recibió desde niño una larga y rigurosa formación musical con su madre y su tía, luego estudió en Viena composición musical con Alban Berg y piano con Steuermann en 1925. Allí, se unió al grupo de compositores admiradores de Arnold Schönberg (1875-1951) y del, en ese entonces, incipiente movimiento dodecafónico, el cual será referenciado a lo largo de su trayectoria intelectual como un ejemplo paradigmático de vanguardia artística auténticamente autónomo. En esa época, también se dedicó a la composición y escribió sus primeros trabajos sobre música y crítica musical. En 1932, su ensayo titulado “La situación social de la música” se constituyó en su primera cooperación con el instituto de Investigaciones Sociales.
A Adorno se le suele considerar como un filósofo y sociólogo dedicado exclusivamente a problemáticas abstractas, con ello se olvida que él es el fundador tanto de la filosofía como de la sociología contemporánea de la música. Sus escritos musicales ocupan la mitad de de sus Obras Completas publicadas hasta el momento [1]; entre ellos cabe destacar sus ensayos sobre: Wagner (Ensayo sobre Wagner), Stravinski y Schönberg (Filosofía de la Nueva Música), sociología de la música (Introducción a la sociología de la música) y una extensa monografía sobre Beethoven que dejó inacabada, y en la cual venía trabajando a lo largo de más de treinta años.
Por lo tanto, la definición del arte de Adorno está centrada ante todo en la música, aunque también para él la literatura es importante: Mallarmé Kafka, Proust, Valéry, James Joyce, Paul Celan y Samuel Becket, a quien dedica su Teoría Estética (1970). En cuanto a las artes plásticas, sus referencias son los pintores impresionistas, los expresionistas alemanes, además de Klee, Kandinsky y Picasso, entre otros.
La categoría básica de la estética de Adorno es la de la ‘autonomía del arte’. Esta autonomía es concebida de manera paradójica, porque, por un lado, la obra de arte es considerada como una mónada autónoma y, por otro, como un hecho social. Esto es comprensible si lo relacionamos con el marco filosófico en el que se formularon las categorías de su estética, que es el planteado en el libro escrito junto con Max Horkheimer, y publicado en 1947: La Dialéctica de la Ilustración, en el cual se concibe la Ilustración como despliegue de la razón formalizadora e instrumental, porque produjo el desarrollo de formas de pensamiento, culturales y sociales 'identificantes', es decir, que tienden a la eliminación de todo aquello que es no-idéntico, heterogéneo o diferente, bajo leyes, categorías, principios abstractos y cuantitativos de equivalencia e intercambio. De acuerdo con este análisis, la liquidación de la diferencia y lo individual, y especialmente de los individuos autónomos, es el signo del proceso de racionalización y cosificación que caracteriza a la historia hasta el presente. Sólo el arte o, más exactamente, ciertas formas de arte han resistido la presión del principio de identificación. Se trata de aquel arte que es autónomo, una 'mónada sin ventanas' a la manera de Leibniz, y que, a la vez, 'refracta' a la sociedad de la que es producto: es el arte que habla desde su clausura en medio de la apariencia, tanto del mundo existente como del no existente aún: el de la utopía, de lo que debería ser. Este es el arte auténtico, el que se resiste a la razón identificante haciendo, así, une promesse de bonheur (una promesa de felicidad futura) a la manera de Stendhal.
En términos generales, la 'estética negativa' de Adorno asume que toda experiencia estética auténtica posee como principales características cuatro rasgos negativos fundamentales.[2]
En primera instancia, la lógica negativa de la experiencia estética nos permite acceder a lo otro como lo otro y a lo extraño como lo extraño. Cuando nos relacionamos con una obra de arte nos encontramos con lo contrario de la realidad, con la apariencia, la ficción, el engaño, lo imaginario, lo irreal en general, es decir, un lugar liberado de los imperativos de la cotidianidad y de la comunicación habitual, un lugar en donde prima lo extraordinario. Si lo vemos desde la crítica platónica el arte es considerado como ilusión, como mentira por ser mera apariencia, sin embargo para Adorno es esta condición la que constituye justamente su fuerza y no su debilidad. El arte es mentira, si por mentira se asume el presentar lo inexistente como existente; pero nada hay más verdadero que esa mentira si eso significa negar lo existente en lo inexistente. En este sentido Adorno, reivindica más que la mentira del arte su poder de negación. El arte es apariencia, de lo que no tiene apariencia, es promesa de felicidad futura, pero no presente, “es una cosa que niega el mundo de las cosas”. [3]
En segundo lugar, el arte moderno auténtico es negativo en el sentido que se refiere al sufrimiento y produce displacer tal como puede llegar suceder con la narrativa kafkiana, las disonancias de Schönberg y la música dodecafónica, o la sarcástica desesperación de las obras de teatro de Beckett -de acuerdo con los ejemplos propuestos por Adorno. En la Dialéctica de la Ilustración podemos leer la sentencia de que: “divertirse significa estar de acuerdo“. Esto se opone radicalmente a cualquier tipo de esteticismo y a un arte complaciente, ligado a las intenciones de las industrias culturales contemporáneas en donde prima la diversión y la complacencia.
En tercer lugar, el arte auténtico niega las formas de percepción y comunicación tradicionales y habituales, frustra nuestras expectativas de comprensión en tanto que permanece como un enigma irresuelto que difiere su sentido más allá de toda realización efectiva. “Todas las obras de arte y el arte mismo, son enigmas; hecho que ha vuelto irritantes desde antiguo sus teorías. El carácter enigmático, bajo su aspecto lingüístico, consiste que las obras dicen algo y a la vez lo ocultan” [4].
Finalmente, en toda experiencia estética auténtica nos encontramos con la negación de algunos rasgos sociales dominantes. Este es el potencial crítico del arte frente a la sociedad: la obra de arte es negatividad y un enigma inconmensurable en un medio social que aspira a la dominación de lo universal, lo calculable y lo útil. El arte representa aquello que no puede ser simplemente visto como un elemento más de una categoría general, intercambiable con cualquier otro elemento, sino que constituye lo heterogéneo, lo diferente, lo otro, lo irrepetible, lo cualitativamente específico, lo único, o como a Adorno le gustaba decir lo no-idéntico. Esta irreductibilidad resulta chocante para la cultura científico-técnica o para la cultura normativa del derecho formal, la moral universalista y el liberalismo político, pero es el antídoto más eficaz contra toda pretensión de eliminar la capacidad para el disenso y la soberanía del individuo. Es de esta manera que surge el potencial profundamente crítico del arte en la concepción estética de Adorno.
Adorno recibió desde niño una larga y rigurosa formación musical con su madre y su tía, luego estudió en Viena composición musical con Alban Berg y piano con Steuermann en 1925. Allí, se unió al grupo de compositores admiradores de Arnold Schönberg (1875-1951) y del, en ese entonces, incipiente movimiento dodecafónico, el cual será referenciado a lo largo de su trayectoria intelectual como un ejemplo paradigmático de vanguardia artística auténticamente autónomo. En esa época, también se dedicó a la composición y escribió sus primeros trabajos sobre música y crítica musical. En 1932, su ensayo titulado “La situación social de la música” se constituyó en su primera cooperación con el instituto de Investigaciones Sociales.
A Adorno se le suele considerar como un filósofo y sociólogo dedicado exclusivamente a problemáticas abstractas, con ello se olvida que él es el fundador tanto de la filosofía como de la sociología contemporánea de la música. Sus escritos musicales ocupan la mitad de de sus Obras Completas publicadas hasta el momento [1]; entre ellos cabe destacar sus ensayos sobre: Wagner (Ensayo sobre Wagner), Stravinski y Schönberg (Filosofía de la Nueva Música), sociología de la música (Introducción a la sociología de la música) y una extensa monografía sobre Beethoven que dejó inacabada, y en la cual venía trabajando a lo largo de más de treinta años.
Arnold Schönberg (1874-1951) |
La categoría básica de la estética de Adorno es la de la ‘autonomía del arte’. Esta autonomía es concebida de manera paradójica, porque, por un lado, la obra de arte es considerada como una mónada autónoma y, por otro, como un hecho social. Esto es comprensible si lo relacionamos con el marco filosófico en el que se formularon las categorías de su estética, que es el planteado en el libro escrito junto con Max Horkheimer, y publicado en 1947: La Dialéctica de la Ilustración, en el cual se concibe la Ilustración como despliegue de la razón formalizadora e instrumental, porque produjo el desarrollo de formas de pensamiento, culturales y sociales 'identificantes', es decir, que tienden a la eliminación de todo aquello que es no-idéntico, heterogéneo o diferente, bajo leyes, categorías, principios abstractos y cuantitativos de equivalencia e intercambio. De acuerdo con este análisis, la liquidación de la diferencia y lo individual, y especialmente de los individuos autónomos, es el signo del proceso de racionalización y cosificación que caracteriza a la historia hasta el presente. Sólo el arte o, más exactamente, ciertas formas de arte han resistido la presión del principio de identificación. Se trata de aquel arte que es autónomo, una 'mónada sin ventanas' a la manera de Leibniz, y que, a la vez, 'refracta' a la sociedad de la que es producto: es el arte que habla desde su clausura en medio de la apariencia, tanto del mundo existente como del no existente aún: el de la utopía, de lo que debería ser. Este es el arte auténtico, el que se resiste a la razón identificante haciendo, así, une promesse de bonheur (una promesa de felicidad futura) a la manera de Stendhal.
En términos generales, la 'estética negativa' de Adorno asume que toda experiencia estética auténtica posee como principales características cuatro rasgos negativos fundamentales.[2]
En primera instancia, la lógica negativa de la experiencia estética nos permite acceder a lo otro como lo otro y a lo extraño como lo extraño. Cuando nos relacionamos con una obra de arte nos encontramos con lo contrario de la realidad, con la apariencia, la ficción, el engaño, lo imaginario, lo irreal en general, es decir, un lugar liberado de los imperativos de la cotidianidad y de la comunicación habitual, un lugar en donde prima lo extraordinario. Si lo vemos desde la crítica platónica el arte es considerado como ilusión, como mentira por ser mera apariencia, sin embargo para Adorno es esta condición la que constituye justamente su fuerza y no su debilidad. El arte es mentira, si por mentira se asume el presentar lo inexistente como existente; pero nada hay más verdadero que esa mentira si eso significa negar lo existente en lo inexistente. En este sentido Adorno, reivindica más que la mentira del arte su poder de negación. El arte es apariencia, de lo que no tiene apariencia, es promesa de felicidad futura, pero no presente, “es una cosa que niega el mundo de las cosas”. [3]
En segundo lugar, el arte moderno auténtico es negativo en el sentido que se refiere al sufrimiento y produce displacer tal como puede llegar suceder con la narrativa kafkiana, las disonancias de Schönberg y la música dodecafónica, o la sarcástica desesperación de las obras de teatro de Beckett -de acuerdo con los ejemplos propuestos por Adorno. En la Dialéctica de la Ilustración podemos leer la sentencia de que: “divertirse significa estar de acuerdo“. Esto se opone radicalmente a cualquier tipo de esteticismo y a un arte complaciente, ligado a las intenciones de las industrias culturales contemporáneas en donde prima la diversión y la complacencia.
(Gottfried Helnwein, Blackout, 1982) |
Finalmente, en toda experiencia estética auténtica nos encontramos con la negación de algunos rasgos sociales dominantes. Este es el potencial crítico del arte frente a la sociedad: la obra de arte es negatividad y un enigma inconmensurable en un medio social que aspira a la dominación de lo universal, lo calculable y lo útil. El arte representa aquello que no puede ser simplemente visto como un elemento más de una categoría general, intercambiable con cualquier otro elemento, sino que constituye lo heterogéneo, lo diferente, lo otro, lo irrepetible, lo cualitativamente específico, lo único, o como a Adorno le gustaba decir lo no-idéntico. Esta irreductibilidad resulta chocante para la cultura científico-técnica o para la cultura normativa del derecho formal, la moral universalista y el liberalismo político, pero es el antídoto más eficaz contra toda pretensión de eliminar la capacidad para el disenso y la soberanía del individuo. Es de esta manera que surge el potencial profundamente crítico del arte en la concepción estética de Adorno.
Por: Rodolfo Wenger C.
Referencias:
[1] VILAR, Gérard. “Adorno y Beethoven”, en: VILAR, Gérard. El desorden estético. Barcelona : Idea Books, 2000. p.115.
[2] Cfr. VILAR, Gérard. “Theodor W. Adorno: una estética negativa”, en: VILAR, Gérard. El desorden estético. op.cit. pp. 85-93.
[3] ADORNO, Theodor W. Teoría estética. Barcelona: Orbis, 1983. p.161.
[4] Ibid. p. 162.