El sociólogo francés Michel Maffesoli (1944- ) defiende un modelo de sociedad postmoderna donde se diluyen los valores centrales de la racionalidad y la propia idea de democracia, por saturación y desgaste de los paradigmas previos. Surgen, pues, condiciones para una nueva dimensión de reacomodo en un mundo pluricultural de individuos que tiendan a alcanzar la plenitud emotiva de acuerdo con un nomadismo cultural de los individuos y la formación de nuevas agregaciones sociales espontáneas, a modo de nuevas tribus, donde la tecnología, en especial Internet, aparece como una respuesta para el encuentro planetario de las nuevas formas de comunidad.
La idea de nomadismo (Du nomadisme, 1997) se refiere al deseo antropológico de libertad y movimiento que subyace en el individuo, que le lleva a navegar en torno a su propia identidad, a experimentar y cambiar hasta la trasgresión las normas impuestas por un racionalismo reductor.
La razón, como ley suprema, está, a juicio de Maffesoli, en plena regresión. La razón y los valores modernos del progreso estarían ocultando otras formas de plenitud social, basadas en el arraigo emotivo a lo cercano y la apertura comunicativa con realidades geográficas lejanas, pero emotiva y simbólicamente próximas. Aparece aquí una nueva razón social, la razón sensible, el racio-vitalismo, la naturaleza emocional de los lazos sociales. La sociabilidad nace a través de los sentidos, del hedonismo, del disfrute del tiempo, de la ética relativa de la estética, de la proyección orgánica del individuo sobre su entorno como instancia volitiva de elección y comunicación. En esencia, Maffesoli contrapone lo que entiende como matrices de la postmodernidad a las relaciones regladas por la racionalidad. En su paradigma postmoderno aflora lo invisible del individuo, la ‘razón interna’, la mística negada por el reduccionismo racionalista.
Ben Goossens. Catch the power of communication, 2007. Fotografía. |
Los jóvenes aparecen culturalmente más abiertos a romper los esquemas de las generaciones precedentes, ya que sus prácticas de comunicación participan abiertamente del nomadismo y de la aproximación a lo extraño, que deja de tener ese carácter fronterizo o adverso. Nacerían así constelaciones coexistentes, no vinculadas a un territorio físico, sino a expresiones comunitarias extraterritoriales. Las redes de comunicación adquieren un papel central, ya que Maffesoli ha llegado a comparar metafóricamente Internet con una forma de ‘comunión’ postmoderna. Una ruptura con el encierro político-territorial del Estado-nación.
La política y la religión aparecen como víctimas de paradigmas que han perdido su vigencia por la saturación de sus propuestas y el alcance invasor y totalizador de las mismas. El alejamiento de la política se acentúa en las generaciones más jóvenes, lo que es para Maffesoli una forma determinante de subversión, de salida del sistema. La preocupación política se desplazará hacia el interés por la supervivencia, esto es, hacia la preocupación ecológica como centro del nuevo paradigma.
La proyección mediática de Maffesoli y el carácter intuitivo de muchas de sus propuestas marcan puntos de heterodoxia para la comunidad científica. El pensamiento parece liberado de la realidad compleja del planeta y se proyecta a modo de utopía socioemotiva o utopía de la espontaneidad autorganizativa de la sociedad compleja y de sincretismo policultural ecológico racio-vitalista.
Sus planteamientos tienen sentido en la medida en que las realidades del mundo se han ido volviendo cada vez más complejas, y que los enfoques unidisciplinarios o monodisciplinarios, han revelado su insuficiencia por proporcionar una visión reduccionista del presente al transformar todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado. De esta manera, se cierra el camino a un progreso originario y creativo, y se estabiliza a la generación joven en un estancamiento mental. Maffesoli acusa esta seria situación y se resiente de ello aludiendo a las exageraciones verbales e, incluso, a los insultos recibidos de sus detractores.
El acometer esta tarea no es cosa fácil. Tiene dificultades de muy diversa naturaleza. La primera y más importante de todas es la referida al lenguaje. Las realidades nuevas no pueden ser designadas o nombradas con términos viejos, pues, al hacerlo, se pierde la comprensión y la comunicación de su novedad y, sencillamente, ¡no nos entendemos! Esto es lo que le pasó a los físicos, a principios del siglo XX, al descubrir toda la dinámica de la mecánica cuántica en el mundo subatómico, irreductible a los términos de la física newtoniana anterior. Necesitamos acuñar términos nuevos (Maffesoli dice “herramientas conceptuales renovadas”), o redefinir los ya existentes, generar nuevas metáforas (Maffesoli habla de “espiral” del pensamiento, “constelaciones” imaginadas, “sinfonía dodecafónica”, etc.) que revelen las nuevas interrelaciones y perspectivas, para poder abordar estas realidades que desafían nuestra mente inquisitiva. Y no sólo los términos para designar partes, elementos, aspectos o constituyentes, sino, y sobre todo, la metodología para enfrentar ese mundo nuevo y la epistemología en que ésta se apoya y le da significado, lo cual equivale a sentar las bases de un nuevo paradigma científico.
El verdadero espíritu de la transdisciplinariedad va más allá de todo lo que prácticamente se está haciendo hasta el presente: su meta o ideal no consiste sólo en la unidad del conocimiento, que es considerada como un medio, sino que camina hacia la autotransformación y hacia la creación de un nuevo arte de vivir. Por ello, la actitud transdisciplinar implica la puesta en práctica de una nueva visión.
Por Rodolfo Wenger C.