Baudrillard hace referencia en su libro Cultura y simulacro a una fabulación de J.L. Borges que puede ser leída en su poema “Del rigor en la ciencia” en el que se cuenta que los cartógrafos de un Imperio en su intento por trazar un mapa tan detallado del mismo, terminan por hacer una copia a escala natural que lo cubre en su totalidad, es decir, logran hacer un mapa que es una copia fiel e idéntica al territorio, copia que termina finalmente por deteriorarse dado el desinterés de otras generaciones por esa inútil duplicidad.
Baudrillard señala que hoy en día la simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive, ahora es el mapa el que precede al territorio, y el que lo engendra, es la precesión de los simulacros: “Son los vestigios de lo real, nos lo del mapa, los que todavía subsisten por unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real” (Cultura y simulacro, p.10)
Para entender que es el simulacro hay que distinguir la diferencia entre simular y disimular. “Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia” (Cultura y simulacro, p.12)
Las imágenes pertenecen más al orden de la simulación que de la disimulación sobre todo hoy en día cuando transitan hacia la alta definición, en la que la sustancia referencial –el referente- se hace cada vez más innecesario.
Este vacío al que se somete la representación al eliminar el referente, se puede asimilar a lo que Baudrillard considera como la última fase de la representación, al interior de unas fases sucesivas de la imagen que están envueltas en el simulacro y que postula de la siguiente manera, como fases sucesivas de la imagen:
- Es el reflejo de una realidad profunda
- Enmascara y desnaturaliza una realidad profunda
- Enmascara la ausencia de una realidad profunda
- No tiene nada que ver con ningún tipo de realidad, es ya su propio y puro simulacro
Frente a cada fase sostiene lo siguiente:
“En el primer caso, la imagen es una buena apariencia la representación pertenece al orden del sacramento. En el segundo, es una mala apariencia y es del orden de lo maléfico. En el tercero, juega a ser una apariencia y pertenece al orden del sortilegio. En el cuarto, ya no corresponde al orden de la apariencia, sino al de la simulación”. (Cultura y simulacro, p.18)
Es importante destacar como momento crucial de estas fases que propone Baudrillard, el paso de signos que disimulan algo a signos que disimulan que no hay nada, pues se trata del tránsito del secreto a manera de una verdad o ideología a la simulación donde no existe referente de verdad, ni separación entre lo falso y lo verdadero.
(Afiche de la película The Truman show, 1998, de Peter Weir)
Podemos incluso afirmar que nos encontramos hoy en día la era del simulacro un poco a la manera de lo que le sucede al protagonista del Show de Truman, la película de 1998 de Peter Weir protagonizada, por Jim Carrey quien encarna a Truman Burbank (el nombre del protagonista opera como un juego de palabras en inglés: True Man significa "hombre verdadero"), un involuntario animador de un programa de televisión que comenzó con su nacimiento y debería terminar el día de su muerte. El Show de Truman es eso, la historia íntegra, en tiempo real, de su vida. También es la más faraónica producción jamás emprendida por un medio audiovisual: miles de cámaras, un gigantesco set de filmación –eso es Seahaven, la isla en la que vive Truman– con actores principales, secundarios e innumerables extras. La corporación que promueve el show (y a la que Truman pertenece en términos legales) es un monopolio incuestionado, omnipotente, al que preside un todopoderoso director mediático llamado Christof. Entonces, podríamos preguntarnos: ¿qué pasaría si a un individuo le producen un mundo aparte, ficticio, en el que todas las personas –excepto él, que no estaría al tanto– actúan sus respectivos roles? Un gigantesco reality que lo englobara todo, acaso no esto lo que nos está sucediendo, al adentrarnos en una condición en el que ya no hay más ilusión sino una hiperrealidad.
(Marcel Duchamp. Escurridor de botellas, o Porta-botellas, o Erizo. 1914. Ready-made)
En ese sentido, y de manera muy lúcida Baudrillard señala que el antecesor de los reality shows y las tecnologías de lo virtual; es el ready-made de Duchamp, porque con el portabotellas, o el famoso orinal, lo que logró Duchamp fue un acto paradójico que puso fin de un tajo a la realidad del objeto y al arte como invención de otra escena: cualquier objeto, cualquier individuo, cualquier situación es hoy en día una especie de ready-made virtual en la medida en que de cualquiera de ellos podría decirse lo que Duchamp dice de su portabotellas: ‘Existe, yo lo encontré y eso es su único modo de existencia’ (La ilusión y la desilusión estéticas, p. 80). De esta manera todos nos hemos convertido en el fondo en ready-mades, en objetos transpuestos al otro lado de la pantalla, convertidos en imagen, en simulacros. “Ya ni siquiera tenemos el viejo estatus familiar de antes, el de espectador pasivo, que al fin era cómodo; ahora como el portabotellas estamos hipostasiados, museificados vivos.” (La ilusión y la desilusión estéticas, p. 80).
Por Rodolfo Wenger C.
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BAUDRILLARD, Jean. Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós, 1978.
________________ La Ilusión y desilusión estéticas. Caracas: Monte Ávila, 1997.